sábado, 7 de agosto de 2010

Cátedra Divina 153

Nuevamente se presenta entre vosotros el Maestro para entregaros su enseñanza del Tercer Tiempo.

En verdad os digo que vuestra fe en mi comunicación a través del entendimiento humano os sostendrá en las pruebas de vuestra vida porque mi palabra os acompañará por doquier. No seáis como algunos de los que estuvieron junto a vosotros escuchándome, los que hastiados de oírme, se ausentaron sin haber llegado a conocer la heredad que llevaban consigo.

Llegará el instante en que todos tendréis que responder de lo que os confío.

Vosotros los presentes, con vuestra perseverancia, estáis poniendo de manifiesto vuestra voluntad y ahínco por seguir mi huella; contemplo cómo el amor que existía en vuestro corazón hacia mi Divinidad, aumenta con vuestra elevación y práctica de la caridad.

Yo soy el amor del Padre que habla a vuestro espíritu llenándolo de paz. Mi palabra os purifica, porque llega hasta lo más íntimo de vuestro ser. Ella es salvación porque os aleja de los malos caminos, para ofreceros el camino de verdad y por medio de ella al estarme escuchando, llegáis al éxtasis, formando todos un solo corazón y una sola voluntad.

Estoy hablando a toda la humanidad, haciendo el llamado de regeneración al pecador, al que se encuentra empedernido en los vicios, porque también a ellos les tengo reservado un sito entre las filas de mis soldados.

Mi palabra, eterna y universal, al humanizarse a través del portavoz se limita, pero nunca pierde su esencia de perfección. Mi palabra no hiere ni castiga; ¿Por qué creer que Yo castigo, cuando es el hombre el que siembra de espinas su camino, para después pasar sobre ellas?

Reconoced que todo lo que existe, vive dentro de una Ley y que aquel que se aparta del camino recto desobedeciendo los mandatos que os rigen, se ve al instante juzgado por la Ley, para que reconozca su error.

Observad unos instantes el Universo que os rodea y admiraréis la armonía, la obediencia y precisión con que todos los reinos y todos los seres cumplen su destino. ¿Creéis que mi Obra sería perfecta si todo lo creado no obedeciese a una sola Ley? Vosotros que sois mi obra maestra, estáis dotados de libre albedrío, voluntad, inteligencia y de todas las potencias que integran el espíritu, para que por medio de los méritos logrados con el desarrollo de vuestras virtudes, lleguéis a conquistar la perfección espiritual, en cuyo estado experimentaréis la paz, la dicha y encontraréis la luz plena que os he preparado para que alcancéis la Tierra Prometida.

Es tan estrecho y recto el camino que conduce a la diestra del Padre, que El mismo se hizo hombre en Cristo para trazar al espíritu humano el camino de la perfección, con las huellas de su sacrificio y de la sangre por El derramada.

Ese camino, que es la ley del amor, no será borrado por ideas humanas, porque para todo espíritu llega el instante de su redención y sólo la encuentra en Dios.

Hoy estáis escuchando y mañana, cuando ya no me manifieste en la misma forma, me seguiréis por los caminos del mundo, imitándome. Si llegaseis a tener algún momento de debilidad, mi palabra os sorprenderá en el camino y al recordar mi enseñanza de amor, encontraréis salvación, continuando vuestra misión de amar a vuestros hermanos.

En este tiempo, he venido a vosotros intangible e invisiblemente y sólo me habéis percibido con vuestra sensibilidad espiritual. He probado en esta forma vuestra fe; os he concedido muchas manifestaciones por las que habéis afirmado vuestra creencia. Vuestros ojos espirituales se han abierto y vuestros sentidos están despertando para comprenderme y después testificar.

Si vuestros labios no han hablado de mi verdad, si vuestro corazón duda todavía, el espíritu me ama y cree, está ansioso de llegar a Mí y en su oración me pide luz para convencer a la materia, fortaleza y paciencia para doblegarla. No hay unificación aún entre el espíritu y la materia y muchas veces habéis sido vencidos por los caprichos de ésta, poniendo vuestras facultades y voluntad a su servicio, mas por eso he venido hoy a alimentarlo, a hacerlo fuerte y a devolverle su heredad.

Siempre he buscado al espíritu y le he hablado de la vida eterna que es su finalidad. El me pertenece y por eso lo reclamo. Yo le he puesto en el camino de evolución y restitución, porque ha sido mi voluntad que se eleve por méritos y que con ellos se perfeccione. La envoltura tiene un corto tiempo de vida, una vez cumplida su misión me entrega su tributo, y el espíritu sigue su ruta sin detenerse.

Hoy es el tiempo de mayor restitución para el espíritu. Mi juicio ha sido abierto y las obras de cada uno han sido puestas en una balanza; si ese juicio es grande y penoso para los espíritus, junto a ellos está el Padre que antes que Juez es Padre y que os ama. También os envuelve el amor de María, vuestra intercesora.

Mis hijos me esperan en medio del caos en que hoy viven; sabiendo que he de venir están temerosos porque han faltado a mi Ley, y cuando me he acercado a ellos y les he preguntado si me reconocen, me han contestado así: "Señor, olvidé vuestros mandatos, descendí a la materialidad y me confundí, mas hoy que vuestra voz me llama, voy a enmendarme y a guiarme con vuestra luz".

Y al venir a vosotros que formáis el pueblo escogido, a pediros que me recibáis en vuestro seno, el espíritu presto ha contestado: venid a modelar y perfeccionar con vuestra enseñanza nuestro ser. Y mientras el espíritu conoce su destino y lo acepta, la materia se interpone y comienza entre ambos la lucha, en la que haréis los méritos necesarios para vuestra salvación.

Mucho tiempo atrás os anuncié los acontecimientos que habéis mirado realizarse. Os dije: Velad y orad porque está próximo el día en que la guerra y otras calamidades sean desatadas, y vuestro corazón incrédulo me decía: Padre ¿Será posible que permitáis entre nosotros la guerra, si habéis manifestado vuestro amor, dulzura y perdón? Cuando os anuncié estos sucesos fue para que os preparaseis y oraseis por toda la humanidad, para que penetraseis en una vida de recogimiento y contrición, y en el seno de vuestro hogar hicieseis la paz y practicaseis mi Doctrina. Todo esto os pedí para que el dolor fuese atenuado, no quise con ello deciros que así evitaríais lo que estaba escrito, pero os concedí ser intermediarios entre el mundo y mi Espíritu.

Y todo lo que había sido predicho apareció en el año de 1939. Naciones fuertes avasallando a las débiles; otras más fuertes uniéndose para caer sobre las primeras, y la guerra avanzando, destruyendo todo a su paso y sembrando el dolor. La oración de algunos de mis discípulos era ésta: "Señor, esperamos que esta palabra no se cumpla". Otros aguardaron los hechos para creer. Y mi palabra se ha cumplido y hoy me preguntáis si habrá desaparecido todo peligro y Yo os digo, que esta paz que hoy veis, es aparente, que lo que ha pasado, es sólo el principio de los dolores que afligirán al mundo.

Sois frágiles aún, mis discípulos, porque teniendo mi palabra, aún dudáis. Mi espíritu de Padre espera el resurgimiento de la humanidad. Cada uno de vosotros debe ser en el seno de su hogar un maestro de esta enseñanza, para que cuando llegue el día de la prueba, estéis preparados y seáis fuertes. Mirad cerca de vosotros a los corazones reacios que os han hecho llorar y en vuestro sufrimiento me habéis dicho: ¿Por qué me pruebas en el seno de los míos por causa de vuestra Doctrina? Mas Yo os digo: Ese hermano vuestro que no ha comprendido vuestro ideal, se convertirá por vuestra paciencia y caridad y será después vuestro mejor amigo y confidente.

Ya se acercan aquellos que han de oír mis postreras palabras; en corto tiempo penetrarán en la esencia de mi Doctrina. Dadles el mejor lugar, sanadlos y no les detengáis en su camino de evolución. Cuando miréis que sus dones se desarrollan apresuradamente, dejadles avanzar, y su brazo os ayudará a sostener la cruz, y todos daréis pasos de adelanto.

¡Oh Israel amado, en quien he derramado mi palabra tiempo tras tiempo, no habéis comprendido aún cuanto os amo! Muchas veces os habéis conmovido al escuchar mi palabra y al recibir mis prodigios me habéis prometido que me seguiríais hasta el fin. Benditos seáis. Confiad en vuestro Padre que vela siempre por vosotros. No habitáis un mundo de perfecta paz, pero en él alcanzaréis a vislumbrar el Reino prometido a vuestro espíritu. Mi amor es con vosotros. Buscadme como Padre y no como Juez. No queráis encontraros ante mi tribunal. Preparad vuestro espíritu, para que al llegar ante Mí, haya paz y satisfacción en vosotros y gozo en mi Espíritu.

En todos los tiempos me he manifestado como Padre. En el principio del mundo hablé espiritualmente a los hombres, me vieron descender muchas veces para aconsejarlos o corregirlos. Hablé a Adán, y me oyó con humildad. Fui delante de Abel y cuánta gracia encontré en aquella criatura; mas también me acerqué a Caín, porque Yo a todos amo, a los justos y a los pecadores. Envié grandes espíritus que llevaban mi luz, para enseñar y revelar la Ley y los mandatos divinos, mas cuán pocos supieron despertar su espíritu y escuchar la voz de su conciencia. Algunos cuando pecaban, sabían arrepentirse, pero otros retrocedían ante la ley severa e inflexible de Jehová. Mas mi Ley estaba en todos, y a pesar de que mi luz los iluminaba, contemplé que eran más los que pecaban, que el mal había crecido y había causado mucho daño al espíritu; entonces permití que se llevara a cabo una gran purificación. Sólo sobrevivió Noé y su familia y ellos fueron la simiente, el principio de un nuevo mundo. Yo pacté con el varón justo y el iris de paz apareció, en señal de alianza.

Pronto los descendientes de aquéllos volvieron a caer en tentación; los corazones que habían recibido una herencia de amor, se tornaron insensibles y duros, fue menester para su redención, un ejemplo palpable. Cristo entonces se hizo hombre y habitó entre vosotros. Comió de vuestro pan, vivió y sufrió los rigores de vuestra vida. Hizo prodigios para hacerse reconocer, os enseñó el camino, vivisteis cerca de Él y contemplasteis su paso por el mundo y cuando hubo llegado el final de su misión, cuán pocos estaban preparados para contemplar su ascensión, para comprender su sacrificio y marchar sin vacilar por el sendero trazado con su sangre de amor y de perdón.

Hoy vengo por segunda vez como Maestro; mi mirada va buscando a los que me han de seguir, a los que han de prepararse para hablar al mundo de mi venida como Espíritu Consolador; pero con dolor contemplo a los corazones tiernos e inocentes que se han tornado duros; ha sido tan grande el llanto, que ha secado las fuentes de los ojos de los hombres, no hay amor para Mí, ni piedad de los unos para los otros, y mi Espíritu de Padre sufre por la humanidad. Mi mirada se detiene en cada corazón y sólo recibo el dolor que habéis recogido a través de este tiempo.

El Maestro os dice: No habéis sabido aprovechar los dones que os he concedido, mas llegará el tiempo en que comprendáis mejor esta enseñanza y os sintáis muy cerca de Mí y me daréis gracias.

Orad, velad e interceded por el mundo y cuando llegue el tiempo de lucha, levantaos y esparcid mi luz, derramad fortaleza y consuelo, apartad enfermedades, haced prodigios, para que cuando lleguéis al final de vuestra jornada vengáis a Mí llenos de méritos y os presentéis en paz ante mi tribunal.

Mas ¿Hasta cuándo se dará cuenta este pueblo de la misión espiritual que tiene ante los demás pueblos de la Tierra?

Os he dicho que no queráis ser más que ninguno, ni pretendáis estar antes que nadie; sin embargo, vuestro destino es grande y hasta la misma nación que os presta su abrigo tiene que cumplir la parte que le corresponde en esta Obra.

He venido a enseñaros para que deis la buena nueva a vuestros hermanos para que cuando el instante sea llegado, llevéis mi mensaje a las demás naciones; pero os veo durmiendo aún, sin que presintáis el alcance tan grande de vuestra misión.

¿Queréis acaso que sea el dolor, la miseria, la enfermedad, el hambre, las que os despierten de vuestro letargo?

Es muy amargo el cáliz que bebéis y muy pesadas las cadenas que arrastráis. Seguís siendo el pueblo cautivo del Faraón. Mientras más anheláis vuestra libertad, mayores son los trabajos que os imponen y mayor es vuestro tributo ¿Hasta dónde llegará vuestra amargura?

Es menester que los que están despiertos, sacudan de su letargo a los demás, a los que aún siguen dormidos, y les digan que el Señor, al igual que en aquel tiempo, les espera en el monte, para hacerles oír su voz de Padre y enseñarles el camino que les conduzca a la libertad y a la paz; pero unos y otros debéis de entender muy bien mi palabra, porque si no, os preguntaréis: ¿Quién es el Faraón? ¿Cuál es la esclavitud de que se me habla? ¿En qué monte va a hablarnos el Señor? ¿Hacia dónde nos conducirá el camino que El va a señalarnos?

Mas es necesario que aprendáis a analizar el sentido figurado en que os estoy hablando, para que después podáis explicarlo a vuestros hermanos sin que caigáis en confusión.

El ambiente en que vivís, que en este tiempo os envuelve, es el Faraón de esta era; se encuentra saturado de egoísmo, de odio, de codicia y de todos los pecados de la humanidad.

Las cadenas, son vuestras necesidades que os obligan a someteros al egoísmo reinante, a la injusticia y hasta a la perversidad.

El monte donde os espero, está en la conciencia de cada uno de vosotros, la cual quiero que se haga oír en vuestro corazón, porque en ella está escrita mi Ley.

El camino, es la ruta que os llevará a conquistar la paz deseada y a esa libertad que anheláis, que es el cumplimiento de esa misma Ley.

¿Presentís ahora la trascendencia de vuestra misión? Orad, pueblo, para que vuestra nación despierte a mi llamado. Velad, para que cuando os busquen las multitudes, sepáis salir a su encuentro, estimulándolas con vuestro ejemplo.

Analizad mis enseñanzas, discípulos, venid a escuchar mi palabra porque estos tiempos no volverán. Hoy aún podéis oírme a través del entendimiento de los portavoces, mas este tiempo pasará y una nueva fase os presentará mi Obra.

Recreaos escuchando mi enseñanza y almacenadla en vuestro corazón; haced de vuestra memoria un cofre que guarde la esencia de mis lecciones cual si fuese una joya de valor inapreciable.

Hoy que he retornado entre vosotros ante el asombro de unos, la incredulidad de otros y la fe de otros más, esperáis que el Maestro os hable de las enseñanzas que os dio en tiempos pasados.

Oídme: Dios, desde el principio de la vida humana, se manifestó al hombre como Ley y justicia. El Espíritu Divino se materializaba ante la pequeñez y la inocencia de las primeras criaturas, haciéndoles oír su voz humanizada y comprensible. La sensibilidad de aquellos seres despertó, hasta saber interpretar al Padre a través de la Naturaleza; cuando vivían en la obediencia, experimentaban la caricia divina a través de cuanto les rodeaba; también sabían del tropiezo y la amargura, que les indicaba que habían faltado ante su Señor. Hice que brillara en ellos la luz de la conciencia, que había de ser en la jornada, el faro, el juez y el consuelo. Instintivamente los primeros hombres supieron que aquel Padre invisible siempre ordenaba el bien, y que esa orden constituía la ley en la que deberían vivir. A esa luz interior le llamasteis "La ley natural".

Más tarde, cuando el hombre se multiplicó y en su multiplicación se olvidó de cumplir con aquella ley, desoyendo la voz de su conciencia y apartando de sí todo temor, el Padre, que había seguido al hijo en su destierro, le envió hombres dotados de elevado espíritu, por su virtud y sabiduría, para recordarles el camino del cual se habían alejado.

¿No recordáis al justo Abel, cuya sangre aún reclamo? El murió junto a su ofrenda.

¿Y al ferviente Noé, quien soportando las burlas de la gente, anunció la voluntad de su Señor hasta el último momento? Ellos, con sus actos, os recordaron mi existencia y mi Ley. Os envié después un Abraham, ejemplo de obediencia y fe infinita en su Señor; un Isaac virtuoso y un Jacob fiel y lleno de fortaleza, para que formasen el tronco del árbol de una de cuyas ramas había de brotar Moisés, aquel a quien envié para representarme y entregar mi Ley a los hombres.

En Moisés contempló la humanidad un reflejo de mi majestad, vio en él justicia, rectitud, fortaleza inquebrantable, fe, obediencia y caridad. Si antes las flaquezas de su pueblo mirasteis que airado rompió las tablas de la Ley, acabándolas de recibir del Padre, también sabéis que Yo las restituí en sus manos al instante, para daros a comprender que sólo una Ley divina os regirá en todos los tiempos: la del Dios invisible.

Cuando los tiempos hubieron pasado sobre la humanidad y ésta necesitaba conocer más profundamente a su Padre, El, incansable en su obra de amor, envió al mundo a sus profetas para anunciar a la humanidad que vendría a la Tierra a hacerse hombre, para hacerle sentir su amor y enseñar con su nacimiento, su vida y su muerte, lo que es una vida perfecta; pero mientras unos creyeron en mis profetas, otros dudaron y les dieron muerte, con cuyo sacrificio prepararon mi camino.

La palabra de mis enviados estremecía el corazón de los que pecaban, porque anunciaban la llegada de Aquél que con su verdad pondría a descubierto la falsedad. Mientras los hombres decían: "Dios aconseja el bien, las obras perfectas de amor, de perdón y justicia, porque es perfecto, mas nosotros los humanos no lo podemos ser", Jesús nació.

Era el mismo Dios que venía al mundo para dar su Ley y su enseñanza a través de una envoltura. Hoy quisierais saber cómo fue formado el cuerpo de Jesús, a lo que Yo os digo: Debéis conformaros con saber que aquel cuerpo fue engendrado y concebido por obra del amor infinito que os tengo. Desde aquel instante Jesús comenzó a apurar el cáliz de amargura que había de beber hasta el final, pasó por todas las vicisitudes humanas, soportando las pruebas, sabiendo del trabajo, de la persecución, de las largas jornadas del hombre, la sed y la soledad, sintiendo sobre el cuerpo el paso del tiempo y contemplando de cerca la vida humana con sus virtudes y sus miserias, Hasta que llegó el instante de levantarse a hablar y hacer obras poderosas.

Entonces dejé que los hombres se acercasen a escucharme, a mirarme, a escudriñarme material y espiritualmente. Dejé que el hombre taladrara mi cuerpo en busca de lo divino hasta que contemplara mis huesos, y mi costado se abriera para manar agua. Dejé que el mundo me convirtiera en su reo, en su rey de burlas, en un despojo, y así me condujese hacia el cadalso llevando a cuestas la cruz de la ignominia, donde me esperaban los ladrones para morir Conmigo.

Así quise morir, sobre mi cruz, para enseñaros que Yo, vuestro Dios, no soy solamente el Dios de la palabra, sino también el de las obras; pero quienes me vieron morir y contemplaron mi agonía y escucharon mis últimas palabras, dijeron: ¿Cómo puede morir el Hijo de Dios? ¿Cómo es que siendo el Mesías, le hemos visto caer y le hemos oído quejarse?

Una prueba más estaban pidiendo los hombres y en mi amor se las dí. Si nací en cuanto hombre de las entrañas de una santa mujer, para rendir tributo a la maternidad humana, también bajé a las entrañas de la tierra para rendir tributo a su seno y concluir ahí mi misión como hombre. Mas las entrañas de la tierra no pudieron guardar aquel cuerpo que no les pertenecía, sino al seno del Padre de donde había venido y a él se volvió.

Ahora os digo: si al contemplar a Cristo morir sobre la cruz, dudasteis de su divinidad, podéis decirme: ¿Qué hombre, al tercer día después de muerto, ha salido de su sepulcro sin violarlo y ha ascendido con su propio cuerpo hacia los Cielos? Nadie. Yo lo hice porque soy la vida, porque ni en espíritu, ni en materia podía morir.

La duda no fue sólo entre las turbas; aun entre mis discípulos hubo uno que dudara de que Yo pudiera presentarme entre ellos después de muerto; ese fue Tomas, quien dijo que solo hundiendo sus dedos en la herida de mi costado, creería que fuera posible aquello. No acababa de decirlo cuando le hice escuchar mi saludo: "Mi paz sea con vosotros", y aún tuvo fuerzas aquél para acercarse y mirar el fondo de mi herida y tocarla con su mano, para creer que en verdad había muerto y resucitado el Maestro.

Bienaventurados los que creen sin antes haber visto. Si, mis hijos, porque también la verdadera fe es mirada que contempla lo que ni la mente ni los sentidos pueden descubrir. Sólo la fe podrá descubrir al hombre algunos de los misterios de la Creación.

Y Aquél que se levantó de entre los muertos, viene en este tiempo en espíritu lleno de gloria para hablaros nuevamente.

¿Quiénes de los que moran hoy la Tierra, saben que una nueva era se ha abierto ante la humanidad? Con certeza sólo quienes han escuchado esta palabra, saben que en 1866 nació un nuevo tiempo: el del Espíritu Santo.

Por el entendimiento de Roque Rojas habló el espíritu de Elías, el precursor, quien se comunicó en esta forma para preparar el camino del Señor.

Por medio de aquel varón justo, abrí el libro de mis enseñanzas, de mis nuevas revelaciones ante la humanidad, invitándola a dar un paso más en el camino.

He venido en este tiempo sobre la nube, o sea, espiritual e invisiblemente para los ojos humanos. Esa nube es el símbolo del más allá, desde donde envió un rayo de luz que ilumina estos entendimientos por los cuales me comunico. Así ha sido mi voluntad y por eso es obra perfecta. Conozco al hombre y le amo porque es mi hijo, puedo servirme de él porque Yo le he creado, porque para eso le hice; puedo manifestarme en el hombre porque precisamente lo formé para glorificarme en él.

El hombre es mi única y verdadera imagen porque tiene vida, inteligencia, voluntad y potencias como su Dios.

Antes de manifestarme en este tiempo bajo esta forma escudriñé el corazón de los hombres, les pregunté a los que alimentan su espíritu dentro de diferentes religiones: ¿Estáis satisfechos? A lo cual contestaron: tenemos hambre y sed de vos.

Mucho habían buscado la imagen y el rostro de su Padre sin encontrarlo, esperaron ese milagro y el milagro no se realizó, es que no habían encontrado un pan que en verdad alimentara a su espíritu; mas Yo tenía preparado este árbol, esta fuente y estas tierras para hacer el llamado a las multitudes hambrientas y sedientas de paz, ávidas de amor y de sentirse amadas, y cuando ellas han llegado a mi presencia, han escuchado esta palabra, que se manifiesta en la misma forma en todos los recintos que existen y es, cada vez que vibra, el dulce toque de la mano que despierta al que duerme y la voz amiga que aconseja.

Después de escucharme algún tiempo, habéis comprendido que no podéis ser los adoradores que sólo viven en contemplación, y me habéis dicho: Señor, al comer de este fruto que nos habéis dado, hemos contraído con vuestra Divinidad el deber de cultivar su semilla y de esparcirla.

Cuando presentís que vuestro Maestro aún lleva a cuestas su cruz de amor, lloráis y venís a decirle: Señor, dejad que nosotros carguemos vuestra cruz, dejad que la hiel y el vinagre sea bebido por nosotros. Y Yo os digo; así como lo habéis pedido, así ha sido. ¿No miráis cuán pesada ha sido vuestra misión en los últimos tiempos? ¿No miráis cuán amargo ha sido este tiempo y que lo que nunca habíais sufrido lo estáis viviendo ahora? Seguid mostrando esta conformidad y orad.

Os he escogido humildes, porque si Yo hablara por boca de sabios, de teólogos y científicos, no sería creído; en cambio, por medio del sencillo, Yo sorprenderé a la humanidad. ¿Quién ha traído a tan grandes muchedumbres? Vosotros, unos y otros, porque habéis sabido dar testimonio. Aquí están los que os dijeron: ¿Cómo es posible que Cristo esté en el mundo? Y los que exclamaron: No es posible que el Maestro de toda perfección se comunique por conducto de un hombre. Aquí están los que dudaron de vuestras palabras y promesas.

Pueblo: si Jesús con su sangre regó la simiente que el Padre sembró en el Primer Tiempo en el corazón de los hombres, hoy mi Divino Espíritu derrama el rocío de su gracia sobre aquellas campiñas para hacerlas fructificar.

Se acerca el día de mi partida. Mi estancia entre vosotros en este tiempo ha sido más larga que la de los tiempos pasados. Más tiempo que el que estuve con Israel en el desierto, más tiempo que el que vivió Jesús entre los hombres. ¿Quién de los que me han escuchado en este tiempo se ha sentido envenenado por esta palabra? ¿Quién es el que por causa de ella se ha perdido en el vicio o en la confusión? De cierto os digo que si ella no os ha hecho bien porque no le hayáis dado cabida, tampoco os causado ningún mal.

Recordad que una vez os dije: no os he creado para que seáis como plantas parásitas. No quiero que os conforméis con no hacer mal a nadie; quiero que vuestra satisfacción la alcancéis por haber obrado bien. Todo aquel que no haga el bien pudiendo hacerlo, ha hecho más mal que aquel que no sabiendo hacer buenas obras se concretó a hacer mal, porque es lo único que podía dar.

Así os ha hablado en este día Aquél que habiendo muerto para el mundo, resucitó a la gloria del Padre para venir en espíritu a vosotros en este Tercer Tiempo.

He aquí mi resurrección al tercer día, en que Cristo se presenta a sus nuevos discípulos para decirles:


¡Te perdono y te bendigo en mi nombre que Soy el Padre, El Hijo, el Espíritu Santo, Mi paz sea con vosotros Pueblo Bendito de Israel!

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