Es día de recordación en el que las diferentes
religiones congregan a las muchedumbres hambrientas de la palabra de Dios. Ved
como cada una de ellas conmemora en forma diferente la pasión de Jesús.
¡Cuán pocos son los que sin ritos ni
representaciones, saben revivir en su corazón la pasión del Maestro! Vosotros,
espiritualistas que me escucháis a través del entendimiento humano, no esperéis
que venga a revivir aquel drama bajo la forma de una materialización, sólo os
concederé que a través de mi palabra recordéis las obras y enseñanzas que en
aquellas horas os di. Nuevamente están los discípulos Conmigo y les he dicho:
Velad y orad, estad alerta ante las acechanzas de la tentación, mirad que la
carne es débil.
Si en aquel tiempo os dije que un nuevo
mandamiento os iba a entregar al deciros: "Amaos los unos a los
otros", hoy os digo que ese mandamiento sigue siendo el primero y el
último.
Dije a mis discípulos en el Segundo Tiempo:
"Muy pronto no me veréis porque me voy al Padre, mas pronto estaré
nuevamente entre vosotros; porque os enviaré al Consolador, al Espíritu de
Verdad". Y heme aquí, discípulos del Tercer Tiempo, cumpliendo mi palabra
y mi promesa.
Cuando se acercaba la hora y la cena había
concluido, Jesús había hecho a sus discípulos las últimas recomendaciones. Se
encamino al Huerto de los Olivos, donde acostumbraba a orar, y hablando al
Padre, le dijo: "Señor, si es posible, aparta de Mí este cáliz, mas antes,
hágase Tu voluntad". Entonces, se acercó aquel de mis discípulos que había
de entregarme, acompañado de la turba que iba a aprehenderme. Cuando aquellos
preguntaron: "¿Quién es Jesús, el Nazareno?" Judas se acercó a su Maestro
y lo besó. En el corazón de aquellos hombres hubo temor y turbación al
contemplar la serenidad de Jesús y volvieron a preguntar: "¿Quién es
Jesús?" Entonces, adelantándome hacia ellos, les dije: "Heme aquí, Yo
soy". Ahí comenzó mi pasión.
Me llevaron ante pontífices, jueces y
gobernadores; me interrogaron, me juzgaron y acusaron de infringir la ley de
Moisés y de querer formar un reino que destruyese al de César.
El mundo, y en él vosotros, me visteis ser
blasfemado, escarnecido y humillado, hasta donde ningún hombre haya podido
serlo; mas Yo apuré con paciencia el cáliz que me disteis a beber. Paso a paso
cumplí mi destino de amor entre los hombres, dándome todo a mis hijos.
Bienaventurados los que, a pesar de ver
ensangrentado y jadeante a su Dios, creyeron en El.
Mas algo mayor aún me esperaba; morir clavado
en un madero entre dos ladrones; pero escrito estaba y así debía cumplirse,
para que Yo fuese reconocido como el Mesías verdadero.
Cuando desde lo alto de la cruz dirigí mis
últimas miradas a la multitud, contemplé a María, y le dije refiriéndome a
Juan: "Mujer, he ahí a tu hijo" y a Juan: "Hijo, he ahí a tu
Madre".
Juan era el único en aquella hora que podía
entender el sentido de aquella frase, porque las turbas estaban tan ciegas, que
cuando les dije: "Sed tengo" creyeron que era sed del cuerpo y me
acercaron hiel y vinagre, cuando era sed de amor lo que experimentaba mi
Espíritu.
También los dos malhechores agonizaban junto
Conmigo y mientras uno blasfemaba y se hundía en el abismo, el otro se
iluminaba con la luz de la fe, y a pesar de ver a su Dios enclavado en el
ignominioso madero y próximo a expirar, creía en su Divinidad y le dijo:
"Cuando estés en el Reino de los Cielos, acuérdate de mí", a lo cual
respondí conmovido por tanta fe: "En verdad te digo, que hoy estarás
Conmigo en el Paraíso".
Nadie sabe las tempestades que se agitaban en
esa hora dentro del corazón de Jesús; los elementos desencadenados eran sólo un
débil reflejo de lo que en la soledad de aquel hombre pasaba y era tan grande y
tan real el dolor del Espíritu Divino, que la carne sintiéndose por un instante
débil, exclamó: "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?"
Si enseñé a los hombres a vivir, también les
vine a enseñar a morir perdonando y bendiciendo, aun a los mismos que me
injuriaban y martirizaban al decir al Padre: "Perdónales, que no saben lo
que hacen".
Y cuando el espíritu abandonaba esta morada,
dije: "Padre, en vuestras manos encomiendo mi espíritu". La lección
perfecta había concluido, como Dios y como hombre había hablado.
Mas aquí me tenéis pueblo, como os lo prometí.
No vengo en materia o sea en carne, sino en luz y os digo: El tiempo en que
para sembrar mi semilla había que regarla con sangre, ha pasado, mas a cambio
de ella, cuanto tendréis que purificaros y prepararos.
Inspirados por la luz del Espíritu Santo, iréis
paso a paso sembrando esta Doctrina, haciéndola oír al sordo, haciéndola
contemplar al ciego. Sufriréis como el Maestro escarnios, calumnias y
humillaciones; seréis burlados por los mismos vuestros, mas no flaquearéis;
porque al momento recordaréis que el hijo del Altísimo, siendo todo poder y
sabiduría, no rehuyó las pruebas de los hombres, para con ellas demostrarles su
verdad.
He aquí por qué a cada instante os digo: tomad
de mi palabra la fuerza espiritual y moral para vuestra lucha, porque aquel que
sea fuerte en el espíritu, tendrá que serlo también en la materia. Y puedo
deciros también, que hasta llegaréis a veces al sacrificio, como Yo os enseñé a
través de Jesús en el Segundo Tiempo.
Velad y orad, pueblo, no sólo por los peligros
materiales, sino también por las acechanzas que vuestros ojos no alcanzan a
distinguir, aquellas que provienen de seres invisibles.
Las grandes legiones de espíritus turbados,
aprovechando la ignorancia de la humanidad, su insensibilidad y su falta de
vista espiritual, le hacen la guerra, y los hombres no han preparado sus armas
de amor para defenderse de sus ataques, por lo que ante esa lucha, aparecen
como seres indefensos.
Era menester que llegara a vosotros mi Doctrina
Espiritual, para enseñaros cómo debéis prepararos para salir victoriosos en esa
contienda.
De aquel mundo invisible que palpita y vibra en
vuestro propio mundo, parten influencias que tocan a los hombres, ya sea en su
mente, en sus sentimientos o en su voluntad, convirtiéndolos en siervos
sumisos, en esclavos, en instrumentos, en víctimas. Por doquiera surgen
manifestaciones espirituales y sin embargo, el mundo sigue sin querer darse
cuenta de lo que rodea a su espíritu.
Es necesario entablar la batalla, destruir las
tinieblas, para que cuando se haga la luz en los hombres, todos se levanten
unidos en una verdadera comunión y con la oración triunfen en la lucha que
emprendan contra las fuerzas que por tanto tiempo los han tenido dominados.
Hombres y pueblos han sucumbido bajo el poder
de esas influencias sin que la humanidad repare en ello. Enfermedades raras y
desconocidas, que son producidas por ellas, han abatido a los hombres y han
confundido a los científicos.
Cuánta discordia, cuánta confusión y dolor ha
acumulado el hombre sobre sí. La falta de oración, de moral y de
espiritualidad, han atraído a los seres impuros y turbados, y ¿Qué se puede
esperar de los que han partido sin luz y sin preparación?
Ahí están aquellos a quienes habéis engañado y
oprimido, a los que habéis confundido y humillado. Sólo confusión y tinieblas
os pueden enviar, sólo venganzas pueden ejercer y sólo reclamos es lo que
vienen a haceros.
Ahora llamadme brujo y hechicero porque os
hablo de estas revelaciones cuando no soy Yo quien las ha hecho, sino que sois
vosotros. Yo sólo vengo a salvar a unos y a otros de las tinieblas, del dolor y
de la muerte, porque Yo soy la luz que brilla delante de los hombres y delante
de las legiones de espíritus turbados. ¿Quienes me reconocerán primero?
En el Segundo Tiempo, habiendo liberado a un
poseído, los que miraban aquello, decían que Jesús tenía pacto con el espíritu
del mal; en cambio el espíritu que atormentaba a aquel hombre me habló
diciéndome: Yo te conozco quién eres: el Santo de Dios.
Sin embargo, también había quienes maravillados
por esas obras, decían: ¿Con qué autoridad y potencia manda a los seres
inmundos y ellos le obedecen? No sabían que ese don está en todos, que esas
armas todos las lleváis. Más tarde, mis discípulos repitieron las obras de su
Maestro, demostrando con ello que Cristo vino a enseñar a los hombres, que no
sólo vino a mostrar su poder, sino a revelarle a la humanidad los dones y la
potestad que todos poseen.
Orad, os dice el Maestro, la oración da lustre
y brillo a las armas de amor, con las que debéis conquistar la paz para la
humanidad; hace que despierten las facultades, se sensibiliza el espíritu, la
mirada se hace penetrante y el corazón sensitivo.
Pueblo: os he enseñado a libraros y a
defenderos de las acechanzas invisibles, a curaros de las enfermedades extrañas
y a libraros de las malas influencias. Más de cierto os digo que sólo la
oración y la virtud os pueden servir como ya os lo he revelado, para salir
avante de esas pruebas. Si vosotros inventáis otras prácticas para
sustituirlas, seréis víctimas de tales influencias, y en vez de hacer luz en
vuestro camino, iréis aumentando las tinieblas. Entonces el mundo os llamará
con razón: hechiceros, brujos, cuando Yo os he dado un don precioso para hacer
la luz y la paz en todos los espíritus necesitados.
¿Cuándo lograréis que todo aquel mundo de
tinieblas, de sufrimientos y de turbaciones, se convierta en un mundo de paz?
¿Cuándo sabréis atraer sobre vosotros la luz de las altas moradas espirituales
para que penetréis en armonía con todos vuestros hermanos, en la morada que os
tengo destinada?
Debido a la enseñanza que os he entregado en mi
palabra, se han realizado verdaderos milagros entre vosotros. Los espíritus
despiertan a un nuevo día, los corazones laten llenos de esperanza. Los que no
llegaban a ver la verdad, porque su ignorancia era como una venda que les
cubría sus ojos espirituales, ahora que ven, quedan maravillados. Los enfermos
del cuerpo, se sanan al recibir en su ser, en su corazón, la esencia de mi
palabra.
Entonces, surge de lo más íntimo, de lo más
puro de este pueblo, una acción de gracias por las obras que hago en él y me
dicen: "Gracias Señor, porque nos habéis hecho dignos de que en nosotros
se obren estos milagros".
Cuando estos hombres y mujeres se han levantado
fortalecidos por mi palabra de amor, de consuelo y sabiduría, han marchado al
encuentro de sus hermanos y han hecho prodigios en su camino, muchas veces sin
darse cuenta de ello.
Con su fe van salvando corazones; con su
testimonio, van dispersando las tinieblas y despertando a los que se
encontraban aletargados; con su intuición, van resolviendo los problemas de la
vida y con su fortaleza saben resistir las pruebas. Sus manos van aprendiendo a
ungir a los enfermos, su mente va encontrando la forma de analizar mi palabra y
con ello se deleita; su oración les va ayudando a desarrollar sus dones que
estaban adormecidos y así, caminando paso a paso, van logrando que su Señor
siembre de prodigios su camino.
Los recintos donde mi palabra se ha
manifestado, se han multiplicado, siendo cada uno de ellos, como una escuela
del verdadero saber, donde se congregan las multitudes que forman mis
discípulos, los cuales llegan ávidos de aprender la nueva lección.
Si cada una de esas congregaciones diera
testimonio de todos los beneficios que de mi caridad ha recibido, no acabarían
de dar testimonio de esos prodigios. Y si tuvieseis que reunir en un libro
cuanto he dicho a través de todos mis portavoces, desde la primera de mis
palabras hasta la última de ellas, sería una obra que no podríais llevar a
cabo.
Más Yo he de hacer llegar a toda la humanidad,
por el conducto de mi pueblo, un libro en el que esté contenida la esencia de
mi palabra y el testimonio de las obras que entre vosotros realicé. No temáis
acometer esta empresa, porque Yo os inspiraré para que en dicho libro queden
asentadas las enseñanzas que sean indispensables.
¿Creéis por ventura, que lo que escribieron mis
apóstoles del Segundo Tiempo, fue todo lo que Yo dije en la Tierra? En verdad
os digo que no. Fijaos en lo que os dice Juan, mi discípulo: "Hay tantas
obras que Jesús realizó, que si se escribiesen cada una de ellas, pienso que en
el mundo no cabrían los libros que para ello deberían escribirse".
Mirad, discípulos, cómo también a ellos, en el
instante de escribir, sólo les inspiré y dejé que recordaran lo que era
indispensable que quedara como un testimonio para las futuras generaciones.
En esta Era he venido a vosotros resucitando
una vez más mi palabra entre los muertos a la vida de la gracia. Os llamo así,
porque en vuestro ser lleváis un espíritu que no ha sabido alimentarse con el
pan de la vida y por lo tanto no ha comprendido que él pertenece a la
eternidad.
Vine para ver la fructificación de la palabra
que entregué al mundo en el Segundo Tiempo, y me encuentro con que el mal ha
seguido floreciendo y dando su amargo fruto entre la humanidad. Busco la huella
que debió dejar mi sacrificio en el corazón del hombre, y la sangre que
encuentro, es la que ha sido vertida por los hombres en sus guerras
fratricidas, sangre pecadora en unos, inocente en otros, pero que siempre me
habla de odios, de bajas pasiones, de oscuridad espiritual, de muerte.
Este es el mundo al cual vais a enfrentaros, oh
pueblo; mas no temáis, porque el espíritu de esta humanidad ha evolucionado
mucho y si sabéis dar consejos con palabras que broten de vuestro corazón como
Yo os he enseñado, veréis abrir sus ojos a la luz y estrecharos entre sus
brazos con amor y caridad.
Estos tiempos deben ser de preparación y de
meditación, pueblo, porque si ahora no los aprovecháis, vais a suspirar por ellos.
Debéis ejecutar muchas obras para que estéis
preparados para levantaros a predicar mi Obra; debéis llegar a la completa
regeneración de toda vuestra vida para que, cuando aquel que escuche la
Doctrina que le vais a predicar, se asome a vuestro hogar, o siga vuestros
pasos para escudriñaros, sólo encuentre limpidez y verdad en vuestras obras.
Si anheláis mostrar al mundo la grandeza de la
Doctrina que en este tiempo os he enseñado. Pensad que primero debéis llegar a
ser como espejos limpios que puedan reflejar la luz. No confiéis siempre en la
elocuencia de vuestro lenguaje o a la mayor o menor facilidad de vuestra
palabra. De cierto os digo, que las más bellas palabras nunca llegarán a tener
la fuerza de convicción que tiene una buena obra, por sencilla que ésta sea.
Pueblo amado: este es el tercer día en el que
vengo a resucitar mi palabra entre los muertos. Este es el Tercer Tiempo en el
que me aparezco ante el mundo en forma espiritual, para decirle: éste es el
mismo Cristo que visteis expirar en la cruz, que ahora viene a hablaros porque
El vive y vivirá y será por siempre.
En cambio, veo que los hombres a pesar de que
en sus religiones manifiestan estar diciendo la verdad, llevan el corazón
muerto a la fe, al amor y a la luz. Creen que con orar en sus templos y asistir
a sus ritos, tienen asegurada su salvación, mas Yo os digo que es menester que
el mundo sepa que la salvación sólo la alcanzará mediante la realización de
obras de amor y de caridad.
Los recintos sólo son la escuela, las
religiones no sólo deberán concretarse a explicar la Ley, sino a lograr que la
humanidad comprenda que la vida es el camino en donde debe aplicar lo que en la
Ley divina haya aprendido, poniendo en práctica mi Doctrina de amor.
El que sólo escucha la lección, el que se ha
conformado con asistir a la cátedra, a la enseñanza y ya con ello cree haber
cumplido con su deber, está en un grave error, porque si aprendió la lección
que le fue revelada y no la puso en práctica, ni cumplió con su Maestro, ni
para con sus hermanos, ni aun para consigo mismo, fue tan sólo un discípulo que
habiendo creído entender la enseñanza, olvidó lo más importante de ella, o sea
llevar a la práctica el amor, el perdón, la caridad, la paciencia, la fe y todo
cuanto de bueno encierra y aconseja una lección divina.
Pueblo amado: aprended a ser el último, para
que seáis el primero ante Mí. Os quiero humildes de corazón, sencillos y
virtuosos. No os dejéis seducir por las falsas glorias de la Tierra, que sólo
sirven para desviar al espíritu del camino verdadero, o para estacionarlo,
haciéndolo perder un tiempo precioso para su adelanto espiritual. Buscad
siempre el sitio donde podáis ser más útiles, prefiriéndolo siempre al que os
haga aparecer como más notable.
No seáis vanidosos, ni frívolos, no améis los
primeros lugares, como lo hacían los fariseos, para lograr enseñorearse ante el
pueblo y que este les hiciera honores.
El espíritu verdaderamente elevado no se mancha
con esas miserias, porque le repugna la ostentación, el halago y la adulación.
El que cumple con la Ley de Dios aplicándola a la vida espiritual y a la
humana, le basta y aún le sobra con la paz que de su Señor recibe después de
cada una de sus obras.
Buscar los mejores lugares, las miradas y los
halagos, es amarse a sí mismo antes que a todo lo demás, y eso es estar muy
lejos del cumplimiento de la Ley de Dios.
¿No os dije: amaréis a Dios antes que a todo lo
creado? Ese es el sentido del primer precepto. ¿No os dije: amaréis a vuestros
semejantes como a hermanos? Eso es lo segundo que debéis hacer. Ved entonces
como vuestro amor propio, debe ser el último y nunca el primero.
Por eso llamé hipócrita a aquellos fariseos,
que diciéndose los más celosos en el servicio de Dios, buscaban siempre ser los
primeros en la sinagoga, gozaban recibiendo el homenaje de las gentes,
procurando cubrir siempre su cuerpo con muy buenas galas para esconder bajo
ellas toda su iniquidad.
No quiero llamaros hipócritas. Si no os sentís
limpios, al menos sed discretos; pero no alardeéis de limpidez, porque sería
muy triste que alguien que ya estaba creyendo en vuestra sabiduría y virtud,
descubra la verdad y vea que vuestro testimonio era falso.
Que la sinceridad y la verdad sean siempre en
vuestros actos.
Que la humildad sea siempre en vuestra vida, os
pide el Maestro.
Veréis entonces cómo la verdadera virtud
habitará en vuestro corazón, lo notaréis cuando vuestra mano diestra haya hecho
una buena obra y de ello ni siquiera se haya percatado la siniestra.
Decid al mundo que no es menester que Cristo
venga a nacer y a morir delante de cada generación para que podáis salvaros,
que aún está viva mi palabra del Segundo Tiempo, tocando a todos los espíritus
y llamando al corazón de cada generación.
Os estoy entregando mi nuevo mensaje para que
él os facilite comprender toda la revelación anterior.
He vuelto entre los hombres para acompañarlos
en sus pruebas presentes. El Maestro os dice: no os inquietéis cuando conozcáis
las señales de mi nueva manifestación, antes bien regocijaos, porque os he
permitido palpar estas enseñanzas.
Así como en el Segundo Tiempo, después del sacrificio,
me presenté en espíritu a Magdalena y ella sorprendida y al mismo tiempo llena
de gozo exclamó: ¡Señor, loado y glorificado seas por siempre! Ahora he
aparecido ante vosotros, cuando creíais que el Maestro se encontraba ausente o
indiferente a vuestras penalidades, y después de vuestra sorpresa me habéis
bendecido. Habéis recibido en vuestro espíritu mi luz y después de recibir
tanta gracia, habéis recordado a vuestros hermanos y habéis intercedido por
ellos diciendo: yo tengo la dicha de escuchar tu palabra, mientras otros
ignoran estas enseñanzas y el Maestro os dice: Yo he manifestado mi Espíritu en
todas las naciones, en diferentes formas, los que se han preparado reconocen
que están viviendo un tiempo de gracia y de justicia y han sentido mi
presencia.
Así como perdoné a Magdalena, os perdono a
todos vosotros, mas quiero que como ella, os hagáis dignos de Mí.
¡Cuántos ejemplos dignos de ser imitados,
podéis recoger de vuestros hermanos de otros tiempos! Su obra es como un libro
abierto. Y vosotros ¿No queréis dejar escrito vuestro ejemplo? Yo tomaré
vuestras obras que encuentre dignas, para presentarlas a vuestros
descendientes. No recogeréis, hoy que vivís en materia, gloria ni veneración.
Sed humildes y dejad que otros valoricen vuestras obras.
En la gran jornada que os espera, Yo seré
vuestro Cirineo.
Mi Doctrina causará grandes revoluciones en el
mundo, habrá grandes transformaciones en las costumbres e ideas y hasta en la
Naturaleza habrá cambios; todo esto señalará la entrada de una nueva era para
la humanidad y los espíritus que en breve tiempo enviaré a la Tierra, hablarán
de todas estas profecías para ayudar a la restauración y elevación de este
mundo, explicarán mi palabra y analizarán los hechos.
¡Te perdono y te bendigo en mi nombre que Soy el Padre, El Hijo, el Espíritu Santo, Mi paz sea con vosotros Pueblo Bendito de Israel!
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