sábado, 7 de agosto de 2010

Cátedra Divina 44

Con amor recibo al hijo pródigo que por mucho tiempo estuvo ausente y que hoy viene en busca de paz y de consuelo para su corazón. Algunos de mis hijos se acercan a Mí en busca de su heredad, otros están aún muy distantes, pero en todos, el espíritu se encuentra atento esperando que mi voz le diga: Heme aquí.

No se han olvidado de mis palabras del Segundo Tiempo y aunque su materia es frágil, el espíritu es fuerte, cree y confía en mi promesa de volver como Espíritu Consolador.

Vosotros que hoy me escucháis, recordáis las tinieblas que habéis atravesado, el camino de vicisitudes que habéis cruzado para llegar a Mí. Os encontráis en la ribera de un río, bajo la sombra de un árbol, oyendo esta voz que esperasteis por mucho tiempo, mas con toda la luz que poseéis, aún no habéis llegado, a la cumbre del monte ni estáis en la cima de la perfección; habéis llegado solamente ante vuestro Maestro que viene en Espíritu y al escucharme os convertisteis en párvulos y después en discípulos de mí nueva enseñanza. Aprendiendo de Mí, os haréis fuertes y aunque seáis pobres en la Tierra, poseeréis la riqueza del espíritu.

La fama de mi palabra traspasará en poco tiempo las fronteras de vuestra nación, los hombres de ciencia y los que estudian las escrituras sagradas, se levantarán negando mi manifestación, mas Yo daré señales y haré prodigios por conducto de mis escogidos y con ello conmoveré a la humanidad. Se encuentran diseminados en todas las naciones hombres de espíritu elevado, profetas de mi doctrina Espiritualista Trinitaria Mariana, a quienes he dado una espada de luz para combatir toda falsa teoría y doctrina, para que sólo perduren aquellas que tengan por base el amor y la verdad.

En todo los tiempos he enviado a la Tierra espíritus virtuosos que os enseñen y con sus obras os den ejemplo de cómo debéis Vivir para llegar a Mí: Consejeros, ministros de mi ley, legisladores, guías; ellos os han señalado vuestros deberes, os han dicho que vuestra misión no se reduce tan sólo al amor de vuestra familia, sino que más allá de esos límites debéis amar y ayudar a vuestros hermanos. También os han enseñado que después de estas pruebas en la vida, os espera la vida espiritual, en donde recogeréis los frutos de vuestra siembra en la tierra.

He preparado espíritus y les he hecho encarnar habiéndolos dotado de sabiduría y potestad, y cuando su cuerpo se ha desarrollado y se han encontrado en completo uso de sus facultades, el espíritu se ha manifestado fuerte y grande; éstos son los hombres de ciencia, los pastores, los gobernantes, mas son pocos los que han cumplido su misión, los que han desarrollado sus dones y han trabajado con fe firme. Los más se han envanecido o han hecho mal uso de sus dones, y no han alimentado al espíritu de los hombres, y no han sabido guiar, ni calmar el dolor de sus hermanos.

Por eso en este tiempo, al contemplar a mi rebaño perdido sin guía en la Tierra, he venido como el buen Pastor a entregaros mi doctrina limpia y pura, y os he dado los preceptos de mi enseñanza para que viváis en paz y cumpláis con mi ley, escalando por el camino de vuestra evolución espiritual siguiendo el ejemplo que os di con mis obras de amor.

¿En dónde están los sucesores de mis apóstoles humildes sacrificados por la maldad de los hombres? ¿Cuáles son los beneficios que la ciencia ha hecho a la humanidad? Hay muchos que dicen ser sabios y no aman ni enseñan el amor. Sabiduría quiere decir luz, y luz es amor y comprensión de las leyes divinas y humanas.

En el Segundo Tiempo me hice hombre por amor a la humanidad, aquella carne fue obra de mi Espíritu, y cuánto han comentado los hombres de ciencia este misterio que pertenece, a mis íntimos juicios. En verdad os digo, que las obras divinas no pueden ser juzgadas a través de la ciencia humana.

El Espíritu que animó a Jesús, fue el mío propio, vuestro Dios que se hizo hombre para habitar entre vosotros y dejarse mirar, porque así era menester. Sentí en cuanto hombre, todos los sufrimientos humanos; hasta Mí llegaron los hombres de ciencia que habían estudiado la naturaleza y encontraron que de mi enseñanza, nada sabían. Grandes y pequeños, virtuosos y pecadores, inocentes y culpables, recibieron la esencia de mi palabra y a todos los hice dignos de mi presencia, y siendo muchos los llamados, pocos fueron los escogidos y menos los que estuvieron cerca de Mí.

Defendí a los pecadores. ¿No recordáis a la mujer adúltera? Cuándo fue llevada hasta Mí, perseguida y condenada por las turbas, los fariseos llegaron y me preguntaron ¿Qué debemos hacer con ella? Los sacerdotes esperaban que Yo dijera: haced justicia. Para replicar después: ¿Cómo es que predicas el amor y permites que esta pecadora sea castigada? Y si Yo hubiese dicho: dejadla en libertad, ellos hubieran respondido: En las leyes de Moisés, que según dices vienes confirmando, hay un precepto que dice: "Toda aquella mujer que fuese encontrada en adulterio, morirá apedreada". Yo, contemplando la intención de aquellos, no contesté a sus palabras e inclinándome, escribí en el polvo de la tierra los pecados de aquellos que juzgaban. Nuevamente me preguntaron qué debían hacer con aquella mujer y Yo les respondí: "El que se encuentre libre de pecado, que arroje la primera piedra". Entonces ellos reconociendo sus errores, se alejaron cubriendo sus rostros. Ninguno estaba limpio, y sintiéndose mirados por Mí hasta el fondo de su corazón, no acusaron más a aquella mujer, porque todos habían pecado, mas la mujer en compañía de otras que también habían adulterado, se arrepintieron y no volvieron a pecar. Os digo que es más fácil convertir a un pecador por el amor que por el rigor.

Mi enseñanza fue escrita en la conciencia y no podrá ser borrada, porque su esencia es inmortal como el espíritu que poseéis.

Vosotros que ahora me oís, aprended y enseñad a los que habitan en otras naciones; recordadles mis palabras del Segundo Tiempo, en tanto llega a ellas mi mensaje de este Tercer Tiempo.

Quiero que hagáis llegar mi palabra a otras tierras antes de que sus habitantes se levanten hablando de mi nueva manifestación y que cuando os encontréis no os desconozcáis, sino que vosotros deis testimonio y ellos, confirmen mis palabras y obras cumpliendo con mi precepto que dice “Amaos los unos a los otros”.

Os he atraído ante mis lecciones, para enseñaros y libertaros del pecado. Si grandes son vuestras faltas, mayor es mi perdón. En este camino de pruebas y vicisitudes, vivid, experimentad, conoced mi ley, y cuando os dejéis guiar por la conciencia, no infringiréis mi ley ni las leyes del mundo, y cuando faltéis, sabréis arrepentiros purificando vuestra falta, y cuando lleguéis al final de la jornada, no habrá dolor ni remordimiento, estaréis en paz.

En este Tercer Tiempo el libro del Maestro se abre nuevamente delante de los discípulos, para enseñarles las lecciones de la Vida Verdadera. Mientras vuestra materia se somete al silencio y al recogimiento, vuestro espíritu se eleva para deleitarse con mi palabra, llega hasta mi mesa a alimentarse con el único pan que le da vida.

Para todo el que sabe elevarse en estos instantes, desaparece la materia por la cual es transmitida mi palabra y la recibe directamente en su espíritu desde el manantial divino. Vosotros reconocéis que desde el instante en que por primera vez me escuchasteis, brilla una luz en vuestro entendimiento, es la luz de mi sabiduría que comienza a iluminar vuestro sendero, aunque os digo, que quienes me oyen y no analizan mi enseñanza, andan aún entre tinieblas, la luz de su espíritu está aún apagada.

Mi voluntad es marcar doce mil hijos de cada tribu, mas en verdad os digo, que no sólo los marcados poseerán mi luz, cualquiera que siga mi enseñanza será llamado hijo de la luz.

No pregonéis que sois mis discípulos, demostradlo con obras de caridad. Hay quien pregona ser de mis elegidos y Yo le pruebo ocultándome en el corazón de su propio enemigo, a quien en vez de perdonar, le ha devuelto el golpe, golpe que más que a la mejilla de su hermano, ha alcanzado mi faz. En ese instante le he hablado a través de su conciencia y aquel que se envanecía de ser mi discípulo, con un débil arrepentimiento me ha dicho: perdonadme, Maestro. Una vez creyéndose limpio y merecedor de mi perdón ha reanudado su camino. Entonces he visto venir hacia él a una doncella cuyo corazón y juventud son como rosa fragante. Ella le dice: vengo a vos llena de confianza en vuestra virtud, a pediros un consejo que sea en mi vida como un escudo contra las acechanzas; mas aquél olvidando su misión y mis enseñanzas, se deja dominar de los bajos instintos y con impura intención contempla a la doncella, en ese instante me presentó ante el mal discípulo diciéndole: ¿Por ventura es esto lo que os he enseñado? Él, sorprendido, me ha contestado: Señor, nada hay oculto para vos. Avergonzado ha proseguido su jornada, mientras mi voz implacablemente le pregunta cada vez que hace alarde de seguir mi ejemplo: ¿Sois mi apóstol? Entonces he permitido que el hambre lo sorprenda y luego me he ocultado en el corazón de un rico enfermo, quien a pesar de tener sus arcas llenas de oro, no tiene salud para gozarlo. Este, al saber que en su comarca se encuentra un discípulo mío, va en su busca y le dice: "Sé que podéis devolvedme la salud y por eso os he buscado. Soy rico, mas todo mi caudal no me ha servido para encontrar remedio a mi mal". El corazón del apóstol se ofusca al escuchar aquella confesión y dice al enfermo: "Voy a posar mi mano en vuestra cabeza y pronunciando el nombre de mi Señor os devolveré la salud, mas esta gracia la tendréis que recompensar ampliamente". El rico enfermo le responde: "Llevaos mis galas, mis arcas, mi casa, tomadlo todo, pero sanadme". Y el enfermo sanó, porque fue tanta su fe y su dolor que el Maestro tuvo piedad de él. Lleno de júbilo el enfermo, entregó en manos de aquél a quien creía que lo había sanado, todo cuanto poseía, mientras que el mal apóstol decía para sí: ahora he dejado de ser pobre, porque si he luchado y trabajado, justo es que reciba mi recompensa. Pero he ahí que en ese instante mi voz implacable, vibró en su conciencia diciéndole nuevamente: ¿Por ventura es ésta mi enseñanza? ¿Recordáis que Jesús cuando estuvo en el mundo recibiera pago a cambio de su amor, Él, que pudo ceñirse coronas y poseer todos los tesoros, cuando con sólo tocar sanaba y con llamar resucitaba muertos?

Una lucha se entabló en el corazón de aquel discípulo, diciéndole a su Maestro: ¿Por qué sois tan inflexible con vuestros discípulos? ¿Por qué no nos dejáis poseer algo en este mundo? Y el Maestro con voz dulce le respondió: porque en el momento de escogeros prometisteis renunciar a las vanidades humanas a cambio de un tesoro verdadero.

Todavía el discípulo replica: duro es el camino, muy larga la jornada, trabajamos mucho y ninguna cosecha recogemos en la Tierra; ¿queréis que amemos mucho a la humanidad, cuando ella no nos ama? Y el Maestro al escucharle blasfemar así, le dijo: está bien, pequeño, caminad bajo vuestra voluntad, lograd lo que ambicionáis. Y aquel hombre diciéndose ser mi siervo, pregonando ser mi apóstol y desoyendo la voz de la conciencia, se ha levantado por los caminos encontrando en ellos multitud de enfermos a los que ha llamado para decirles que él es el poseedor del bálsamo que cura todos los males, mas también les dice: estoy necesitado, ¿qué podréis brindarme a cambio de lo que Yo os conceda? Aquellos que son pobres le dicen que nada tienen pero que están dispuestos a trabajar venciendo sus dolencias, para conseguir lo necesario para pagarle. Este trato le parece bien a aquel hombre, quien empieza a ungir a los enfermos, a la vez que va recogiendo de sus manos el pago, cada vez en mayor cantidad. Él ungía a los enfermos, pero ellos no sanaban, al contrario se agravaban, trataba de levantarles el ánimo, mas ellos decaían cada vez más. Entonces el apóstol, al contemplar que las multitudes le habían perdido la confianza, sigilosamente desapareció de entre ellas, llevándose un caudal en metales y dejándolos en agonía.

Lejos ya de aquellos, se dirigió a la mansión de un rico, al que le dijo: Señor, puedo serviros, sé trabajar, deseo que me ocupéis en vuestra regia mansión, yo puedo consolaros cuando estéis tristes, puedo manejar vuestros intereses cuando os sintáis cansado ¿Quién sois vos? Le preguntó el rico, a lo que el apóstol contestó: Soy el poseedor de una ley, de una doctrina, a tal grado poderosa y persuasiva, que si alguna vez vuestros súbditos llegaran a rebelarse delante de vos, bastará que yo les hable para reducirlos a la obediencia.

Aquel rico se impresionó con aquellas palabras, creyó en ese hombre y le dijo: vuestras palabras revelan grandeza y si las cumplís como decís, las tendré siempre como una verdad. Entonces el rico le dio un lugar a aquel hombre y las llaves de su palacio. Este con la adulación, conquistó el corazón de su amo, mas como de su corazón había rechazado a su Maestro y no escuchaba la voz de su conciencia, pronto hizo cambiar la vida de aquella mansión, humilló a los pequeños, enalteció a los que le adulaban, hizo que se alejaran los mejores siervos de la casa, a espaldas del dueño, derrochó en festines sus caudales, más llegó el día en que el Señor de aquella mansión abriera sus ojos a la realidad, y convencido de la falsedad de aquél en quien había depositado toda su confianza al escucharle pronunciar palabras de gran poder y sabiduría, le llamó para decirle indignado: ¿Esta es la enseñanza que sembráis? ¿Así demostráis esa potestad que decís tener? Y al instante le hizo conducir a un calabozo para más tarde sentenciarle al patíbulo. Ahí, en la prisión, no concebía aquél, que un discípulo del Divino Maestro pudiera llegar al cautiverio y menos que se le sentenciara a morir; no podía creer que aquellas pruebas eran la voz de alerta que le llamaban al arrepentimiento para volverle al camino, entonces elevó una súplica al amo rico a quien había traicionado prometiéndole no volver a hablar ni a sorprender a nadie, y el rico convencido le dejó partir.

Libre ya aquel hombre, sintió el deseo de conocer nuevos caminos y encontrándolos penetró en ellos, nuevamente desoyó el llamado de su conciencia, y como nunca, se entregó a los placeres en donde sus labios se envenenaron, su cuerpo enfermó y su corazón cayó en el más profundo hastío. De escalón en escalón había ido descendiendo hasta caer aletargado en el fondo de un abismo. No supo cuánto tiempo permaneció ahí, mas cuando, despertó preguntó: ¿En dónde estoy? ¿Dónde está mi heredad? Hablo a mi Padre y El no me responde, estoy enfermo y abatido Y El no acude a mí, le pido una palabra de consuelo, de aliento y El no viene a mi corazón. ¿Dónde estará aquella enseñanza y, aquel bálsamo que Él me dio y con el cual yo podría librarme de tanta amargura? Quiero cerrar mis llagas y sangran más. Quiero darle paz a mi corazón y él más se inquieta. ¿Quién soy Yo? ¿Será mentira lo que el Padre me dio? Y lloró desgarradoramente.

Pasaron a su lado hombres de todas condiciones y le veían con indiferencia, nadie le escuchaba, nadie le contemplaba ni se detenía, nadie sentía su dolor. Entonces le pareció que profundas tinieblas lo envolvían, y cuando creyó no poder soportar tanto dolor y sintió que su espíritu estaba a punto de desprenderse de su inmundo cuerpo, escuchó una voz dulce, conocida por él que le decía: Aquí estoy, he descendido hasta donde habéis caído, para daros mi ayuda. Aquel hombre al escuchar la dulce voz de su Padre llena de perdón y de ternura, no pudo resistir el peso de sus remordimientos y dijo a su Señor: no os acerquéis a mí, no bajéis a este abismo, ni penetréis a este antro, porque aquí están las tinieblas y el fango; no dejéis en los cardos vuestra vestidura, dejadme aquí, ya que yo mismo a esto me he condenado.

El hijo lloraba y a través de sus lágrimas contemplaba cuan justo era su Padre. El Padre no contemplaba las impurezas del hijo, ni las tinieblas que lo rodeaban o el fango en que se encontraba, solo veía que era su hijo muy amado al que preguntó: ¿Por qué habéis llegado hasta aquí? Y el hijo le contestó: Porque creía que no estaríais tan cerca de mí, ni quise creer que la voz de mi conciencia era la vuestra. No me sanéis, hoy comprendo que no merezco la salud. No me perdonéis, no merezco vuestro perdón. Dejadme sufrir en este abismo, dejadme lavar mis faltas. Contemplando el Padre que el hijo al fin había comprendido la ingratitud de sus errores, no le dejo sufrir más y permitió que en aquel ser se hiciera la luz, que aquel llanto lavara las manchas y entonces, sobre aquella frente agobiada, posó el Padre un ósculo de paz, levantó aquel cuerpo débil y vencido y le estrechó con infinito amor.

Aquel corazón al sentir la ternura de su Padre, se dispuso a seguirle y amarle por siempre; entonces contempló que nuevamente brillaba la luz que en su frontal había puesto el Señor, porque los dones que Dios concede, nunca los quita a sus hijos, lo que sí les retiene su gracia, son sus faltas a mi ley. Así se levantó aquel espíritu a empezar de nuevo el camino, pero llevando mayor luz, la de su dolorosa experiencia. La voz de la conciencia era escuchada con claridad por él.

¿Quiénes de los que habiendo estado recibiendo día a día mis lecciones, desearán recorrer los caminos del sufrimiento? Reconoced que esos caminos ya los anduvisteis, vuestro espíritu ya pasó por grandes pruebas, gracias a las cuales hoy podéis seguirme con firmeza.

Os he enviado a multiplicar vuestra simiente y para ello os he señalado con mi luz en vuestro frontal, para que cuando estéis preparados, os diseminéis por los caminos en donde las multitudes os esperan, las puertas de los hogares se abrirán para daros la bienvenida y los corazones os recibirán con júbilo.

Ahí estarán los enfermos esperando su salud.

Yo, el Divino Salvador, llegaré a todos a través de mis discípulos fieles, mas no como en el Segundo Tiempo, hoy llegaré entre la humanidad, oculto en el corazón de mis enviados, hablando por su boca y derramando mi inspiración en sus entendimientos. Así llegaré hasta los enfermos, hasta los menesterosos y sedientos de la paz del espíritu y del cuerpo a través de las obras de amor y caridad de mis discípulos.

Bienaventuradas las naciones que no cierren sus caminos y abran sus puertas a mis enviados, porque de cierto os digo, que esa nación será salva.

Durante esta lucha, unos serán llamados y escogidos antes que otros, mas a todos llegará esa hora y tendrán su cumplimiento entre la humanidad, unos empezarán y acabarán antes su tarea, otros tardarán más en llegar, pero al fin cuando toquéis los linderos de la perfección, no habrá grandes ni pequeños, todos seréis iguales en el amor del Padre y formaréis parte de su familia perfecta.

A todos les he dado en su principio los mismos dones, pero mientras algunos han sabido elevarse y ser grandes por medio del desarrollo de su virtud, otros se han estacionado y otros se han extraviado.

He repartido entre todos mis hijos, dones igualmente grandes, por lo que no debéis juzgar que a unos se les ha dado más que a otros, ni que un cargo es más grande que otro. En mi sabiduría y justicia perfecta, conociendo la deuda de cada uno de mis hijos, les he dado de acuerdo con sus necesidades.

Os doy estas explicaciones para que seáis conformes, porque de vuestro destino, de vuestro pasado y de vuestra restitución, nada sabéis.

Si consideráis muy agraciados a mis hijos por los cuales me estoy comunicando y hasta habéis llegado a desear su don, Yo os digo, que en verdad es una gracia muy grande, así corno también lo es la deuda espiritual, que con el Padre tienen y su responsabilidad no tiene límites.

Cada quien tome con amor su cruz, mas no busquéis placeres, honores ni recompensas, porque sólo recogeréis dolor.

Recordad que os sané con mi amor, que limpié vuestras manchas y cerré vuestras heridas. Recordad que aparté la amargura de vuestros labios, os quité la vestidura sucia y rota que traíais, para cambiárosla por otra blanca como los copos de la nieve; erais el paria y habéis dejado de serlo; llegasteis sin heredad y hoy sabéis que poseéis un don. No provoquéis más el dolor, no volváis a ser parias, no volváis entre los pecadores ni os consideréis intocables por el hecho de ostentar mi marca divina, antes bien preparaos, para que cuando seáis tocados sepáis perdonar.

Cuántas veces me habéis prometido perdonar a vuestros hermanos, sea cual fuere la ofensa que os hiciesen, me habéis pedido fuerzas para poder cumplir y os las he dado; mas cuán pocas veces habéis cumplido con vuestras promesas.

A los que han tratado de practicar el perdón los divido en tres grupos: el primero está formado por aquellos que habiendo recibido una ofensa no sabiéndose contener y olvidando mi enseñanza, se han ofuscado y se han vengado devolviendo golpe por golpe. Este grupo es el vencido por la tentación, el esclavo de sus pasiones.

El segundo grupo, es el formado por los que una vez que ha sido ofendidos, recordando mi ejemplo, callan sus labios y contienen sus impulsos para luego decirme: Señor, me han ofendido, pero antes que vengarme he perdonado. Mas yo que penetro en los corazones he descubierto en aquél el deseo de que Yo le vengue descargando mi justicia sobre su hermano; este grupo está en plena lucha.

El tercer grupo, el más reducido, es el que imitando a Jesús cuando han sido ofendidos, se elevan hacia el Padre llenos de piedad por sus hermanos, para decirme: Señor, perdonadles, porque no saben lo que hacen: me han herido, mas, no es a mí, sino ellos a sí mismos se han herido, por eso os pido vuestra caridad y que me concedáis devolverles sólo el bien. Este es el que ha vencido.

Vuestra conciencia que pide y espera de vosotros obras perfectas, será la que no os deje tranquilos hasta que sepáis practicar con vuestros hermanos el verdadero perdón.

¿Por qué habéis de odiar a los que os ofenden, si ellos tan sólo son peldaños para que lleguéis a Mí? Si perdonáis haréis méritos y cuando estéis en el reino de los cielos, veréis en la Tierra a los que os ayudaron en vuestra elevación; entonces pediréis al Padre que también ellos encuentren los medios para salvarse y llegar hasta su Señor, y vuestra intercesión les hará alcanzar esa gracia.

Tampoco intentéis descubrir los sentimientos ocultos de vuestros semejantes, porque en cada ser existe un arcano que sólo Yo debo conocer; mas si descubrieseis lo que por pertenecer sólo a vuestro hermano, debe ser sagrado para vosotros, no lo publiquéis, no rasguéis ese velo, antes hacedlo más denso.

Cuántas veces he contemplado a los hombres penetrar en el corazón de su hermano hasta descubrir su desnudez moral o espiritual, para recrearse con ello y luego publicarlo; ninguno de los que así hayan profanado la intimidad de un semejante se sorprenderá de que alguien en su camino le desnude y le burle; no diga entonces que es la vara de justicia la que le mide, porque será la vara de la injusticia con la que midió a sus hermanos.

Respetad a los demás, cubrid con vuestro manto de caridad a los desnudos y defended al débil de las murmuraciones de la humanidad.

Discípulos, no os prohíbo que estudiéis en los libros que os enseñan el bien, mas si no los encontraseis, aquí tenéis mi enseñanza que en medio de su sencillez y humildad, encierra más sabiduría que todos los libros, por lo tanto, grabadla en lo más profundo de vuestro corazón, analizadla y que ella sea la que os guíe en todas vuestras obras.

Los que han llegado bajo la sombra de este árbol llorando por las vicisitudes de la vida, han encontrado el consuelo y la fortaleza de mi amor.

Bienaventurado el que escuche con amor mi palabra en el Tercer Tiempo, porque no se confundirá, en el momento de su muerte su espíritu resucitará a la vida eterna y penetrará firmemente en el sendero que le espera más allá de esta vida.

Bienaventurado el que lleve con paciencia sus penas, porque en su misma mansedumbre hallará fuerza para continuar cargando su cruz en el camino de su evolución.

Bendito sea aquél que soporte con humildad la humillación y sepa perdonar a quienes lo hayan ofendido, porque Yo lo justificaré; más ¡ay de los que juzgan los actos de sus hermanos, porque ellos a su vez serán juzgados!

Bendito sea el que cumpliendo el primer precepto de la ley, me ame sobre todo lo creado.

Bendito sea el que deje que Yo juzgue su causa justa o injusta.

Mi doctrina viene a regeneraros, a fortalecer a vuestro espíritu, para que una vez que vuestros labios se abran para repetir mis enseñanzas, se cierren a la blasfemia o a la maldición.

En esta Era he venido a regar nuevamente la semilla que en el Segundo Tiempo deposité en vuestro corazón.

Desde los primeros tiempos he buscado la forma de hacerme oír y entender por los hombres, por eso he enviado justos y profetas a este mundo para que con sus obras y palabras sean emisarios de mi voluntad y de mis mandatos.

En el Primer Tiempo, por la obediencia de Abraham a mi mandato, hice con él un pacto de amor, premiando su constancia, su celo y fidelidad, bendiciendo y multiplicando su descendencia. Para probar su obediencia y su fe, le pedí la vida de su hijo Isaac, a quien tanto amaba, y con la sumisión de los grandes espíritus, estuvo dispuesto a inmolarlo; mas Yo le detuve, porque ya en su corazón había demostrado su obediencia y ella me bastaba.

Isaac fue padre de Jacob, a quien le fue dado contemplar el camino de perfección del espíritu, simbolizado en una escala que se asentaba en la Tierra y se perdía en el infinito, por la que subían y bajaban espíritus en forma de ángeles.

Estos tres patriarcas forman el tronco del pueblo de Israel, del cual brotaron doce ramas y un número infinito de hojas, mas su fruto aún no ha madurado.

El pueblo de Israel recibió la ley cuando en su peregrinación se encontraba en la falda del monte Sinaí; su guía, Moisés, recibió las tablas y la inspiración. La travesía del desierto fue para purificar los corazones, para espiritualizarlos y encender en ellos la fe hacia el Dios invisible. Cuando el pueblo llegó a la "tierra prometida" y tomó posesión de ella, llevaba la fe en su Señor, profundamente grabada en su espíritu y practicaba un culto sencillo, pero elevado, en el que se había fortalecido su corazón; mas he aquí que los hijos de sus hijos no supieron perseverar en la fe y en la espiritualidad, y cuando otros pueblos de gentiles introdujeron su idolatría y supersticiones en el seno del pueblo de Israel, lo dividieron espiritual y materialmente. Fue entonces cuando aparecieron los profetas amonestando a las multitudes anunciándoles mi justicia sobre ellos por su infidelidad y su pecado, mas los profetas fueron burlados y algunos muertos.

Os digo esto, porque en verdad vosotros espiritualmente sois simiente de aquellos primeros patriarcas y sois ovejas de Moisés, mas también os digo que sois de los frutos que en este tiempo alcanzarán madurez y darán vida y buen sabor a la humanidad.

Cristo en aquel tiempo regó con su sangre el árbol de la vida y hoy viene a darle nuevo riego con su divina palabra, para que maduren los frutos de amor y caridad de todos sus hijos.

En este tiempo vengo a combatir todo fanatismo e idolatría de vuestros corazones, porque la espiritualidad no admite materialidad; quien practicase con fanatismo mi doctrina espiritual, no está haciendo mi voluntad ni ha interpretado debidamente mi enseñanza.

¿Por qué aún en este tiempo los hombres materializan el culto a mi Divinidad, cuando Yo, desde el Primer Tiempo, en el primer mandamiento de mi ley, prohibí que se me adorase bajo formas e imágenes hechas por las manos de los hombres?

Mi palabra en este tiempo, como una espada de dos filos luchará por arrancar del corazón humano todos sus errores, para que libre de ignorancia se eleve a mi Divinidad y alcance la comunicación de espíritu a Espíritu.

¡MI PAZ SEA CON VOSOTROS!

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