Pueblo amado, no esperéis tiempos mejores para revelar este
mensaje a la humanidad, porque no vendrá otro tiempo más apropiado que éste.
Abrid vuestros ojos a la realidad y no soñéis más con las
vanidades del mundo; comprended que vuestra misión es la de dar a conocer mi
doctrina por todos los caminos de la Tierra.
Aquí entre las multitudes, descubro a los futuros emisarios,
a los nuevos apóstoles, a los labriegos que deberán ser incansables en el
cumplimiento de su misión.
Unos irán por el oriente, a otros les enviaré por el
occidente y la diferencia de lenguas no será obstáculo para la difusión de mi
palabra.
La espada de luz, de amor y de justicia que existe en mi
doctrina, abrirá caminos, destruirá murallas de ignorancia y borrará fronteras.
Todo quedará preparado para la unificación de los pueblos.
Al principio de la lucha unos aceptarán con regocijo la
doctrina Espiritualista Trinitaria Mariana, en cambio otros, viendo en ella una
amenaza para el poder terrenal y para sus erróneas interpretaciones, la rechazarán y os perseguirán, mas de cierto os digo, que será como si
ellos, con la palma de su mano, quisiesen impedir que el sol diese su luz.
Debo advertiros, que el que rechazara esta palabra me habrá
rechazado a Mí, y el que la aceptare me habrá aceptado a Mí, porque en su
esencia me he manifestado en este tiempo a los hombres, en ella está presente
mi Espíritu, por eso os digo que quien recibiera mi palabra, ése reconocerá mi
voz, me abrirá las puertas de su corazón y me tendrá dentro de sí.
Una hermosa oportunidad de restituir y saldar vuestras
deudas os ha ofrecido mi justicia; no desaprovechéis ni uno solo de los días de
vida que os he confiado.
Sois el hijo pródigo que retornó arrepentido a la casa
paterna, y os he recibido con amor para haceros recuperar vuestra heredad.
Sé quiénes son entre los que llegan llorando ante mi
presencia, los verdaderos arrepentidos, los que lloran sus culpas con lágrimas
de remordimiento sincero y me piden una oportunidad para restituir, lloran por
haber ofendido a su Padre, no lloran por ellos. En cambio, hay otros que
aparentemente sienten pesar de haberme ofendido y lloran, prometen y hasta
juran no volver a pecar, pero al mismo tiempo que prometen, me están pidiendo
nuevos bienes terrenales. Esos son los que pronto han de alejarse de la casa
paterna.
Si logran recibir de Mí lo que buscaban, irán a derrocharlo,
si no lo consiguieron blasfemarán en contra mía. Creen que en la humildad de
este camino sólo hay espinas, y no saben que el que han elegido, es el más
incierto, el más accidentado y azaroso. Piensan que entregados completamente a
los placeres del mundo, podrán aumentar sus caudales y con ello disminuir sus
necesidades, sin darse cuenta que por rechazar el dulce peso de una cruz
espiritual, han echado sobre sus hombros un enorme fardo material, bajo cuyo
peso terminarán agobiados.
Cuán pocos son los que aspiran a vivir en el paraíso de la
paz, de la luz y de la armonía, cumpliendo con amor las leyes divinas.
Muy larga es la senda por la que ha transitado la humanidad
y aún prefiere comer los frutos prohibidos que sólo acumulan penas y desengaños
en su vida. Frutos prohibidos son aquellos que siendo buenos por haberlos
creado Dios, pueden transformarse en nocivos al hombre si éste no se ha
preparado debidamente o los toma con exceso.
El hombre y la mujer toman sin preparación el fruto de la
vida y desconocen su responsabilidad ante el Creador, al traer nuevos seres a
encarnar en la Tierra.
El hombre científico con mano profana corta un fruto del
árbol de la ciencia sin escuchar antes la voz de su conciencia, en la que le
habla mi ley para decirle que todos los frutos del árbol de la sabiduría son
buenos, y que por lo tanto, quien los tome deberá hacerlo inspirando únicamente
en el bien a sus semejantes.
Estos dos ejemplos que os he explicado os enseñan por que la
humanidad no conoce el amor, ni la paz de ese Paraíso interior que el hombre
por medio de su obediencia a la ley debiera llevar por siempre en su corazón.
Para ayudaros a encontrarlo, he venido a doctrinar a los
pecadores, a los desobedientes, ingratos y soberbios, para haceros comprender
que estáis donados con espíritu, que tenéis conciencia, que podéis razonar y
valorizar perfectamente lo que es bueno y lo que es malo, y a mostraros el
sendero que os conducirá al paraíso de paz, de sabiduría, de amor infinito, de
inmortalidad, gloria y eternidad.
Os hablo a vosotros que habéis pecado, porque los justos
viven ya en el paraíso espiritual y los demás seres que carecen de espíritu y
por lo tanto de conciencia, se recrean en su paraíso, que es la naturaleza,
donde viven en perfecta obediencia y armonía con toda la creación.
Hoy he venido a iluminar el sendero por donde deberéis
evolucionar y a cuyo final me encontraréis. No vengo a obligaros, mas sí os
prevengo que si desoís este llamado, no tardaréis en venir por vuestra propia
voluntad buscando el camino de salvación, pero entonces vendréis huyendo de los
horrores de vuestra inhumanidad, de vuestra audacia y de vuestro orgullo.
No llego a vosotros con rigor, sois vosotros los que dais el
merecido castigo a vuestras faltas.
Pueblo: en vuestro corazón dejo la esencia de mi palabra,
para que os alimentéis espiritualmente, porque vuestro corazón es como una flor
y su perfume es la esencia de amor que en él he depositado. No dejéis que esta
flor se marchite, porque pronto perdería su aroma. Delicadas son las flores de
vuestros huertos, pero más delicado es vuestro corazón y aún más, su esencia
divina.
Después de 1950 no recibiréis ya mi palabra a través de
estos entendimientos a quienes habéis llamado portavoces o intérpretes. Unos
partirán de esta Tierra hacia el valle espiritual, otros se quedarán para
recibir las primeras inspiraciones, las señales precursoras de la comunicación
de espíritu a Espíritu.
Cuando esa comunicación comience a desarrollarse entre
vosotros, empezaréis verdaderamente a analizar y a comprender la doctrina que
ahora estáis recibiendo y sabréis a la vez separar mi esencia de todas las
imperfecciones que a mi palabra le hubiese mezclado el portavoz.
Ahora os pregunto: ¿Estáis conformes con ser los pobres de
la Tierra, pero ricos en espíritu? ¿O preferís los placeres del mundo a los
conocimientos de la vida eterna? Os bendigo, porque en vuestro corazón me
estáis diciendo: "Señor, nada es comparable a la gloria de escuchar tu
palabra".
En esta Era os estoy dando un nuevo mensaje: El Tercer
Testamento. Muchos han sido los testigos de esta manifestación, mas en verdad
os digo que no seréis vosotros los que lleguéis a comprender todo el significado
de lo que os he revelado, ni apreciaréis la importancia que encierra este
mensaje.
Muchas veces he dado una enseñanza y vosotros la habéis
interpretado equivocadamente porque estáis materializados, y mientras os he
hablado de conocimientos espirituales, vosotros les habéis dado un sentido
material. Vendrán otras generaciones más evolucionadas espiritualmente y al
estudiar las enseñanzas que contienen estas revelaciones, se estremecerán de
emoción espiritual; otras veces se deleitarán con el remanso de paz de mi
palabra, y en otras ocasiones quedarán maravillados de lo que en mis cátedras
de amor encontrarán. Entonces dirán: ¿Cómo es posible que los testigos
presénciales de esta palabra no se hayan dado cuenta de su sentido, de su
grandeza y de su luz? No será la primera vez que esto suceda: también en el
Segundo Tiempo, hablando Yo al corazón de los hombres, éstos no me entendieron,
porque sólo vivían y pensaban para el mundo y para la materia.
Cuando el cuerpo que me sirvió de envoltura en el Segundo
Tiempo entró en agonía y desde la cruz pronuncié las postreras palabras, hubo
entre mis últimas frases una que ni en aquellos instantes, ni mucho tiempo
después fue comprendida: "¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?"
Por aquellas palabras muchos dudaron; otros se confundieron
pensando que fue una flaqueza, un titubeo, un instante de debilidad. Más no han
tomado en cuenta que ésa no fue la última frase, sino que después de ella aún
pronuncié otras que revelaban fortaleza y lucidez plenas: "Padre, en tus
manos encomiendo mi Espíritu" y "Todo está consumado".
Ahora que he vuelto para hacer luz en vuestras confusiones y
esclarecer lo que habéis llamado misterios, os digo: Cuando estuve en la cruz,
la agonía fue larga, cruenta y el cuerpo de Jesús, infinitamente más sensible
que el de todos los hombres, sufría una agonía prolongada y la muerte no
llegaba. Jesús había cumplido su misión en el mundo, ya había dicho la última
palabra y enseñado la última lección; entonces aquel cuerpo torturado, aquella
carne destrozada al sentir la ausencia del espíritu, preguntó dolorosamente al
Señor: "¡Padre, Padre! ¿Por qué me has abandonado?" Era la dulce y
doliente queja del cordero herido hacia su Pastor. Era la prueba de que Cristo,
el Verbo, en verdad se hizo hombre en Jesús y su padecimiento fue real.
¿Podéis atribuir vosotros a Cristo estas palabras, estando
unido al Padre eternamente? Ahora sabéis que fue un gemido del cuerpo de Jesús,
lacerado por la ceguera de los hombres. Mas cuando la caricia del Señor se posó
sobre aquella carne martirizada, prosiguió hablando Jesús y sus palabras
fueron: "Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu". "Todo está
consumado".
¿Cuándo me hablaréis así, humanidad? ¿Cuándo exhalaréis esa
dulce queja que no es reproche, ni duda, ni falta de fe, sino la prueba de amor
al Padre manifestándole que en la hora suprema, queréis sentirle cerca? Meditad
en cada una de mis frases, porque Yo soy la verdad que os fuera prometida.
Ahora que os estoy doctrinando, me he servido del rudo y del
ignorante, porque los científicos y los sabios me han negado; también he
buscado pecadores para convertirles y enviarles a dar testimonio de mi verdad.
Estos, hijos míos por quienes me estoy manifestando, deben hacerse dignos de
esta gracia, despertando a la luz de la doctrina que van a predicar, para que
lleguen a tener pleno conocimiento de su misión y sepan que sólo dando ejemplos
y mostrando buenas obras serán creídos por sus semejantes.
Este tiempo de enseñanza será propicio para la preparación
de las multitudes.
Mi doctrina es el agua pura y cristalina del río de la vida,
con la que os purificaréis y lograréis la transformación que os haga dignos de
llamaros discípulos del Espíritu Santo. Preparad en mi palabra vuestro corazón
y en verdad os digo, que de él brotará la buena simiente; educad a vuestro
espíritu y entendimiento escuchándome, y vuestras obras, palabras y
pensamientos irradiarán mi verdad.
Cierto es que no sólo vosotros daréis testimonio de Mí
porque toda la Creación es una prueba viviente de mi verdad, pero en esta obra
tenéis una misión que cumplir y una deuda que saldar con vosotros mismos,
porque en verdad os digo que a Mí nada me debéis, sino a vosotros.
Si no dieseis testimonio de vuestro Señor, Yo lo daré, pero
lloraréis amargamente por no haber estado cerca del Maestro en la hora de la
lucha.
¿Queréis saber cómo lograréis que vuestro testimonio sea
tomado como verdadero? Sed sinceros con vosotros mismos, nunca digáis que
poseéis lo que no tengáis, ni tratéis de revelar lo que no hayáis recibido.
Enseñad sólo lo que sepáis, testificad únicamente lo que hayáis visto, mas si
os preguntasen algo que no podáis contestar, callad, pero nunca mintáis;
nuevamente os digo, que vuestro "sí" sea siempre "sí" y
vuestro "no" sea siempre "no" y así seréis fieles a la
verdad. Tampoco juréis, porque quien dice la verdad, no necesita de juramentos
para hacerse creer, ya que en sus obras lleva la luz. Dejad que jure aquél que
ha sido falso y que llegado el momento de necesitar ser creído, tiene que
recurrir al nombre de Dios para apoyar sus palabras. Vosotros no juréis por
Dios ni por María, tampoco por vuestros padres ni por vuestra vida. Vuelvo a
deciros que vuestras obras serán las que den testimonio de vuestras palabras, y
unas y otras darán testimonio de Mí.
Si diciendo la verdad os creen, benditos sean aquellos que
os crean. Si por decir la verdad os negasen, hiriesen u os burlasen, dejadme a
Mí la causa, porque la causa de la verdad es mía, entonces Yo os defenderé.
Tampoco intentéis disfrazar la verdad con el velo de la mentira, porque vuestro
juicio será grande. ¿No sabéis de aquél gran templo de Jerusalén en donde
siglos tras siglos los hombres penetraron en busca de fortaleza y de sabiduría?
Pues fue grande mientras su seno fue como un redil de paz para los espíritus,
mas cuando penetró la hipocresía, la mentira y la codicia, su velo se rasgó y
más tarde no quedó de él ni piedra sobre piedra.
Vuelvo a deciros que empecéis a ser sinceros con vosotros
mismos, que no tratéis de engañaros, es decir que comencéis a amar la verdad.
Se aproxima el instante, en que caigan las grandes cabezas del mundo, en que
las naciones sientan mi divina justicia. ¡Cuánto clamor habrá entonces entre
los hombres! Un mundo de falsedades, de errores e injusticias desaparecerá,
para que en su lugar se establezca el Reino de Dios que es justicia y es luz.
Para muchas obras humanas será el fin, mas para el tiempo de la espiritualidad
será el principio.
El mundo que desaparecerá será el mundo de maldad que habéis
creado, en el cual los fuertes oprimen a los débiles; del que ha huido la
inocencia hasta de los niños, en el que los padres desconocen a los hijos y los
hijos a los padres. Este mundo en el que los principios e instituciones más
sagradas han sido profanadas por los hombres, y en el cual unos a otros, en vez
de amarse corno hermanos, se matan.
Para que esta nueva Babel desaparezca, es menester que su
maldad sea cortada de raíz como mala hierba. El dolor será grande, pero en ese
cáliz se purificarán los impuros y abrirán sus ojos los ciegos, la muerte
detendrá la carrera de muchos, mas no será para exterminarles, sino para conducirles
a la verdadera vida.
De las obras malas de la humanidad nada quedará, mas sobre
los escombros de vuestro pasado, Yo haré surgir un mundo nuevo como un gran
reino en donde la humanidad sea como una extensa familia que viva en paz, que ame,
que sienta y piense en mi ley de amor.
Nuevas generaciones poblarán la Tierra y recogerán los
frutos de la experiencia y de la evolución tanto espiritual como material, que
sus antepasados hayan dejado, porque de todo el pasado seleccionarán los buenos
frutos.
Sobre los cultos imperfectos hacia mi Divinidad, se
levantará un culto verdaderamente espiritual, así corno también, sobre la
ciencia materialista de los hombres del presente, se levantará una nueva
ciencia al servicio de la fraternidad, del bienestar y de la paz.
La división de los hombres desaparecerá, y así como en sus
discordias se distanciaron unos de otros, creando idiomas y lenguas para cada
pueblo, cuando la armonía principie a brillar en el mundo, todos sentirán la
necesidad de entenderse con un solo lenguaje, De cierto os digo, que la caridad
de los unos a los otros les facilitará esta obra, porque estará basada en el
mandato que os dice: "Amaos los unos a los otros".
¿Cómo ha de ser justo que la especie humana no se entienda
entre sí, si hasta los animales de una misma especie se comprenden, así sean
unos de una región y otros de otra?
Uníos con amor inspirados en vuestro Padre, y El que es el
alfa y la omega de toda la Creación, os inspirará el lenguaje universal.
Recreaos, recreaos con mi palabra, ella está más allá de la
división de vuestros idiomas, más allá de vuestro principio y de vuestro fin;
mas si os habéis maravillado de la forma tan extensa e inagotable con que os he
hablado por labios de mis portavoces, sabed que sólo ha sido un destello de mi
luz divina el que he enviado sobre estos entendimientos.
Me preguntáis: "¿Señor, por qué si nos habéis elegido
para ser testigos de esta manifestación, no nos habéis excluido de los
sufrimientos y vicisitudes de la Tierra?" A lo cual, os contesto que es
menester que apuréis aunque sea un poco el cáliz que beben vuestros hermanos,
para que comprendáis sus aflicciones.
Si os he dicho que en este tiempo será destruido todo lo que
el orgullo y la maldad de los hombres ha hecho, ¿no creéis que también en
vosotros haya algo que destruir, que cortar, o que expiar?
Sois agraciados pero a la vez muy tocados por las pruebas,
mas si el dolor os mantiene alerta, debéis pensar que es sólo una gota del
acíbar que beben otros pueblos; al sentir el dolor vuestro corazón se siente
movido a orar, y en ello reconoce intuitivamente una de las misiones que ha
traído este pueblo a la Tierra.
Orad, mis hijos, con pensamientos de luz, de paz y de
fraternidad y esas oraciones no se perderán en el espacio, sino que su esencia
los conservará vibrando en lo espiritual y los conducirá al corazón de aquellos
por quienes hayáis orado. Mas para que vuestra oración sea sentida por vuestros
hermanos, no os familiaricéis con mi palabra, venid con la misma humildad y
fervor de los primeros días, porque vendrá un día en que sintáis estremecido
vuestro ser, y ese día será aquél en el cual os hable por última vez en esta
forma.
¿Para qué creéis que os llamé en este tiempo, multitudes?
¿Por ventura sólo fue para curar vuestras dolencias o para haceros recobrar la
paz perdida? No, pueblo, si vine a levantaros a la vida verdadera, a encender
en vuestro corazón la fe, a devolver a vuestra faz la sonrisa y a vuestro
cuerpo la fortaleza, fue porque quise prepararos así para que pudieseis
levantaros a la lucha; Pero veo que muchos pensando en sí mismos, asisten a mi
cátedra sólo para buscar la paz de su espíritu, sin querer saber nada de la misión que les aguarda; otros, una vez que han
recibido lo que deseaban, se alejan sin interesarse por estudiar y comprender
el significado de mi doctrina.
Todos habéis sido llamados a tomar parte en esta obra y es
por eso que he vertido mi palabra sobre este pueblo, para que guarde en su
corazón, aunque sea una sola de mis frases.
Mi enseñanza os dice que si vosotros no dieseis a conocer mi
palabra entre la humanidad, las piedras hablarán para dar testimonio de mi verdad
y del tiempo que vivís, mas no esperéis a que sean las piedras las que hablen,
porque ellas lo harán estremeciendo la Tierra, agitando los mares o saliendo a
torrentes por los cráteres de los volcanes.
Mejor será que os preparéis a tiempo, para que cuando este
mundo se vea asolado por las pestes, los males extraños y las aflicciones de
toda índole, vosotros diseminados por todos los caminos de la Tierra, llevéis a
los corazones mi palabra dulce, reconfortante, que lleguéis como tenue brisa a aquellos
que han sido azotados por los huracanes.
Apartad vuestra pereza y aprovechad el tiempo precioso de
que hoy gozáis, porque no sabéis si en los tiempos venideros tengáis calma para
poder estudiar y meditar en mi palabra.
Orad como buenos discípulos y llenad vuestro corazón de
nobles propósitos. No olvidéis que no he venido a distinguiros por razas,
clases o religiones, para que doquiera que vayáis, os sintáis como en vuestra
patria y a cualquiera que encontréis, sea de la raza que fuere, lo consideréis
como lo que realmente es: vuestro hermano.
Os traje esta palabra y os la hice oír en vuestro lenguaje,
mas os doy la misión de que más tarde la traduzcáis a otras lenguas, para que
sea de todos conocida.
De esta manera empezaréis a construir la verdadera torre de
Israel aquélla que espiritualmente unifique a todos los pueblos en uno solo,
aquélla que una a todos los hombres en esa Ley divina, inmutable y eterna que
conocisteis en el mundo en labios de Jesús, cuando os dijo "Amaos los unos
a los otros".
Escudriñad mi palabra hasta que estéis ciertos de su pureza
y de su verdad, solamente así podréis caminar fuertes y permanecer firmes ante
la invasión de ideas materialistas que amenazan al espíritu. Porque el
materialismo es muerte, es tiniebla, es yugo y veneno para el espíritu. Jamás cambiéis la luz o la libertad de vuestro espíritu por el pan
terrenal o por mezquinos bienes materiales.
En verdad os digo, que quien en mi Ley confíe y persevere en
la fe hasta el fin, nunca le faltará el sustento material, y en los instantes
de su comunicación con mi Espíritu, recibirá siempre por mi caridad infinita el
pan de la vida eterna.
¡Mi paz y mi amor se con vosotros!
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