Humanidad, que estáis representada en este instante por este pueblo que se
postra contrito y temeroso ante la presencia de su Señor: ¿Con qué podréis
saldar vuestra deuda de amor y agradar verdaderamente al Espíritu de vuestro
Padre?
Yo
voy a deciros la forma de hacerlo: Luchad por vuestra paz y elevación
espiritual; así lograréis lavar vuestras culpas y elevar vuestro espíritu.
Os
confío un tiempo, para que dentro de él colméis el anhelo de vuestro espíritu;
surge la nueva era ante vosotros, como un día esplendoroso lleno de promesas y
revelaciones. Con su luz os viene diciendo: ¡Luchad! Y en esa palabra está
contenido el mandato del Padre. Luchad por la paz, por la regeneración, por el
triunfo de la espiritualidad.
En
vuestra conciencia vengo a grabar estas palabras, para que sea ella, la que a
cada paso que deis os las repita.
Haced de cuenta que mi amor es una ciudad que tenéis que conquistar; existen
muchos obstáculos y son muchos los enemigos que tenéis que vencer; os
presentarán batalla para deteneros, pero en vuestras manos luce una espada
invencible si la sabéis esgrimir, esa espada es de amor. Luchad, combatid con
ella y no dudéis, porque al fin veréis caer rendida a la ciudad, porque vuestro
amor habrá conquistado al Padre.
Yo
he querido crear en vuestro seno una familia unida, fraternal y hospitalaria,
para que las caravanas de viajeros buscadores de paz y caridad penetren en
vuestro hogar deseosos de compartir el amor que en vosotros he derramado. Pero
vuestra preparación ha sido lenta, os habéis retrasado y las caravanas de
viajeros se han detenido en el desierto al contemplar que la estrella que
guiaba sus pasos detuvo su trayectoria. Eso es debido a que no quiero que los
hombres os encuentren durmiendo, o que si estáis despiertos, os encuentren
pecando, porque entonces no lograréis testificar mi nueva venida, sino que
habréis traicionado a vuestro Maestro.
Os
estoy dando tiempo para que os arrepintáis de vuestras faltas y reconstruyáis
vuestra vida. Que el padre de familia que ha faltado a sus deberes abandonando
a los suyos, vaya en su busca y vuelva a reconstruir el hogar.
Que
aquellos que han rodado por las pendientes del vicio, se levanten venciendo las
flaquezas de la materia, imponiendo la voluntad y la fuerza de su espíritu
hasta ponerse a salvo. Que todos los que son servidores de esta obra, se unan
en espíritu, se amen y ayuden los unos a los otros; entonces la estrella que se
había detenido en la ruta, estacionando con ello a las grandes caravanas en el
desierto, reanudarán su marcha señalando a aquellas multitudes el camino que
conduce a la tierra de paz.
Aquellos hombres que venían huyendo de la guerra, de la muerte y de la
destrucción, trayendo en su corazón la visión del odio y del crimen, al
penetrar en el seno de un pueblo, en donde en cada hogar se levanta un
santuario al verdadero amor, donde en cada matrimonio resplandezca la luz de mi
ley, donde los padres amen a los hijos y los hijos amen y respeten a sus
padres, donde la niñez sea conducida con ternura y sabiduría y donde la vejez
sea respetada, ¿No creéis que ellos al ver tantas muestras de respeto a mi ley,
confesarán que en ese pueblo ha habido un milagro, sólo atribuible a la caridad
del Padre?
Oh
pueblo, que hasta ahora habéis sido duro e ingrato, no he venido a pediros
sacrificios ni a exigiros imposibles; si a veces, os parece difícil cumplir con
mi doctrina, se debe a vuestra falta de amor. Para el que ama, no hay
obstáculos ni abismos, ni imposibles, porque; el amor es la fuerza divina que
todo lo anima, que todo lo mueve.
Venid a mis tierras, oh multitudes. La campiña os espera para recibir de
vuestro amor la simiente y más tarde premiar vuestros trabajos con el dulce
fruto que brotará de su seno.
Uníos fuertemente con los lazos de fraternidad, porque la tentación está al
acecho de mi pueblo, la guerra anda en busca de una puerta, en donde el
guardián duerma, para que penetren al seno de esa nación la peste, el hambre y
las enfermedades con nuevas modalidades extrañas.
Yo
os he dado la ciencia de la tierra para combatir estas calamidades y alejar
esas amarguras, pero os he enseñado una ciencia que es superior; ante la cual
se rinden todos los enemigos de la luz, todos los destructores de la salud y de
la paz. Esa ciencia es la virtud del amor, la cual se fortalece con la oración.
Meditad en estas palabras, oh pueblo, y escuchad luego lo que vuestra
conciencia os aconseja.
Mi
Espíritu os envía su paz, la cual no siempre sabéis retener. ¿Hasta cuándo
aprenderéis a llevarme con vosotros sin que ninguna de vuestras acciones o
pensamientos me rechace?
Nadie se turbe cuando le digo que quiero que me llevéis con vosotros, en lo más
íntimo de vuestro corazón, porque es mi luz y mí paz las que quiero que habiten
en vosotros.
Mi
voz de juez es la que os reclama en este día vuestra falta de cumplimiento,
vuestra falta de amor para esta obra que os he confiado y que es la que
representa vuestro destino. Es la voz divina la que ahora llega a través de la
conciencia haciendo estremecer a vuestro corazón al preguntaros: ¿Qué habéis
hecho con todo lo que he venido a revelar y a enseñaros en este Tercer Tiempo?
Por
instantes os dais cuenta de esa responsabilidad, que ha llegado hasta vuestro
espíritu; pero la comprensión es como una ráfaga de luz que pasa fugazmente por
vosotros y volvéis a caer en debilidad creyéndoos siempre pequeños, enfermos y
menesterosos, cuando en realidad tenéis a vuestro alcance un tesoro de dones
divinos.
Si
en mi palabra encontráis un reclamo, éste es de amor. No me llamaréis injusto,
porque si en realidad lo fuera y si en Mí encontraseis la ira, como llegáis a
decir, ha mucho tiempo que mi justicia os hubiese exterminado; mas Yo no
destruyo mis propias obras, os pongo en el camino de la evolución, para que en
él encontréis vuestro perfeccionamiento.
Yo
os digo, que el verdadero concepto de Dios no es conocido aún en la tierra, a
pesar de haber enviado a Jesús para que a través de Él me pudierais conocer.
Comprended que si Yo supiese que el hombre no había de salvarse, no vendría a
él con el amor con que siempre le he buscado. Mi presencia entre vosotros es la
prueba evidente de que llegaréis a Mí, porque el Padre sí conoce el futuro y el
destino de todos sus hijos.
Yo
haré que la palabra que he venido a entregaros en este tiempo sea escrita con
claridad, para que en ese libro encuentre la humanidad la explicación de muchas
de las enseñanzas que no había comprendido y la interpretación justa de mi
doctrina. Surgirá entonces de ese conocimiento el verdadero temor, no el temor
al castigo divino, sino la pena de llegar a mancharse con el pecado, la de
ofender al Creador, la de retornar al Padre en el más allá con el espíritu
manchado, sin haber conseguido dar un paso hacia adelante en el sendero de la
espiritualidad y del verdadero saber.
¿Con
qué podréis saldar la deuda de amor que tenéis con vuestro Padre? ¿Con qué
podréis pagar a Aquél qué a cada instante perdona vuestras ofensas y vuestras
ingratitudes? Yo os lo diré: Haciendo obras dignas de mi Divinidad, sirviéndoos
y amándoos los unos a los otros.
Ante
vosotros se presenta un nuevo año, y del que acaba de pasar no le pido cuenta a
la naturaleza ni a sus elementos; Yo me presento en vuestra conciencia a
preguntaros qué habéis hecho dentro de vuestra misión y qué uso habéis hecho
del tiempo y de los dones que os he confiado.
El
año que termina me habló de vuestras luchas, de vuestras lágrimas, de
esfuerzos, de trabajos, también de luto, sangre, ruinas y odios. Ese saldo
doloroso es el que arrojó ante mi presencia el año que terminó.
Un
nuevo año os concedo, ante vuestra mirada se presenta como un horizonte de luz
que enciende vuestra esperanza en el futuro. Esa luz es la voz que os dirá en
cada día: ¡Luchad!
Sí,
humanidad: ¡Luchad por la paz, luchad por la regeneración, luchad por la
justicia!
Cuatro años solamente os daré ya mi palabra a partir de este día; sabed
aprovechar éste tiempo precioso. Mi obra no terminará en 1950, porque ella
pertenece a la eternidad, ni vuestra misión concluirá para ese tiempo; antes
bien, entonces comenzará vuestra lucha, porque en el tiempo de mi comunicación
habéis estado sólo en preparación.
Sabed unir en una sola ley la misión espiritual y la material, para que podáis
ofrecer al padre un buen cumplimiento.
No
sólo os enseño a darme lo que a Mí pertenece; también os enseño a dar al Cesar
lo que es del Cesar.
El
mundo pronto sabrá de vosotros y por vosotros sabrán de mi venida, de mis
prodigios y de mis enseñanzas. Los hombres escudriñarán estos recintos y
juzgarán vuestra vida. Entre ellos vendrán hombres del poder, ministros de
sectas y religiones, científicos y aquellos que escrutan el más allá. Yo deseo
que en el seno de vuestras reuniones y en el seno de vuestro hogar mostréis, si
no la perfección, sí la misma armonía, la moral, el respeto, la caridad de los
unos para los otros, la espiritualidad.
¿Qué
pensarían los que vienen en pos de una verdad, sí entre vosotros encuentran
fanatismo en vuestras prácticas espirituales, y en, vuestra vida privada
descubriesen a los esposos distanciados o a los hijos abandonados, porque sus
padres no han sabido cumplir con sus deberes?
Mirad las aves que cuelgan sus nidos en las ramas de los árboles y tomad
ejemplo de ellas cuando lo necesitéis; no me preguntéis a Mí cómo deben amarse
los que en matrimonio se unen y cómo deben amar a sus hijos. Asomaos a esos
nidos y allí encontraréis una lección de fidelidad y de ternura. ¡Si así se
amasen todos los humanos!
Velad y luchad para que al finalizar 1950 podáis ofrecer al Padre frutos dignos
de Él, porque si para entonces no estuvieseis preparados, habrá gran dolor
entre las multitudes en el instante de mi partida.
Si
no os preparaseis para resistir la ausencia de mi palabra, cuan doloroso será
para vosotros mi adiós y el que os dé también mi mundo espiritual.
En
este día en que mi Espíritu os ha llenado de paz y bendiciones, ¿Qué más
podréis pedirme?
Ahora soy Yo quien os pide, quien llama a las puertas de vuestro corazón para
pediros que os améis los unos a los otros.
Orad
sinceramente por la paz de las naciones, sentid profundamente el dolor de la
humanidad.
En
verdad os digo, que la peste y la muerte merodean vuestra nación; vosotros no
tenéis medios científicos para detener el avance de las plagas y las
calamidades, pero haced uso de la oración y en ella encontraréis armas Y fuerza
para combatir esas calamidades. Orad y unid a vuestra oración las buenas obras,
y habréis hecho verdaderos méritos ante vuestro Señor que es Todopoderoso,
quien os concederá por vuestra humildad prodigios capaces de asombrar al mundo.
Cuando los elementos se desencadenen dando muestras de justicia, orad,
permaneced serenos y no lloréis por vosotros, sino por los demás; mas a quien
os buscare, secadle su llanto, escuchad su queja y dadle el bálsamo.
Humanidad muy amada: No creáis que si he vuelto en este tiempo, ha sido para
reclamaros mi sangre derramada en el Segundo Tiempo; no, aquella esencia ha
quedado depositada en vuestro espíritu. Esa sangre hablará en cada uno de
vosotros cuando sea llegado el caso; mientras tanto, muchos están esperando que
vuelva el Hijo de Dios, para pedirle una vez más su sangre. En cada corazón de
mis hijos estoy viviendo mi pasión divina.
Nazco en él, en su inocencia, cuando él nace a la fe. Padezco en él cuando sus
pasiones se desencadenan y le azotan. Cargo la pesada cruz de sus pecados, de
sus ingratitudes y de su orgullo. Muero en su corazón, cuando me desconoce,
declarando que no tiene más señor, ni más rey que el mundo. Y allí en lo más
profundo y oscuro de su ser encuentro mi tumba.
De
vez en cuando, aquel corazón escucha, como si fuera un eco distante, la voz del
maestro, de Aquél a quien diera muerte en sí mismo para que no le presentara
obstáculos en su camino. Es la voz de su conciencia, la que logra vencer la
muralla de materialismo que envuelve aquel corazón, hasta llegar a hacerse oír.
Así
como he encontrado en cada corazón de la humanidad una cruz y una tumba, de
cierto os digo, que en todos habrá un tercer día, en el cual he de resucitar
lleno de luz y de gloria.
07-177.44 Hoy
se encuentran estériles las sementeras; queréis algunas veces dignificar
vuestra vida sembrando el bien en alguna de sus formas, mas luego abandonáis
llorando vuestra empresa, porque en vez de tierra que os permitiera hacer la
siembra, sólo habéis encontrado rocas. Es porque no habéis comprendido que,
antes de emprender la siembra, debéis de reconocer las tierras en donde
pretendéis hacerla. Recorredlas, preparadlas, limpiadlas y fertilizadlas; y
esto, hijos míos, aún no lo sabéis hacer; es por eso que vuestros buenos
propósitos, ideas e inspiraciones, han fracasado muchas veces. Pero no por eso
desmayéis en vuestra lucha, porque mucho bien podéis hacer despertando a
vuestros hermanos, abriendo sus ojos a la verdad y a la luz de este tiempo,
para que los hombres se den cuenta que todo el dolor que como un cáliz de
amargura está obligada a beber la humanidad, es la hoz justiciera que viene a
cortar de raíz la mala hierba; es la justicia sabia e inexorable que remueve y
prepara las tierras porque luego hará despertar a los hombres, a los pueblos y
a las naciones y ya no será necesario que el dolor venga a lavar todas las
faltas, porque en su lugar quedará el arrepentimiento, la reflexión y la regeneración
de los que logren alcanzar el mismo fin, que es el de la purificación. Mas
cuando hayáis logrado alcanzarla, vendrá un tiempo en que se escuchará esta
palabra en todo el mundo, como un canto de amor y de retorno a la paz.
Hoy
os contemplo ajenos a todo lo que se avecina, porque reina una completa
ignorancia y confusión entre la humanidad.
La
mayor parte de los hombres se dicen cristianos y sin embargo, con su vida y con
sus hechos, la mayoría de las veces prueban lo contrario.
Si
llegan a hacer un bien, lo publican y se envanecen de ello y si cuando han
cometido un error se arrepienten de él y me piden perdón, lo hacen en tal forma
que demuestran con ello que ignoran hasta en lo que consiste mi perdón.
Ya
podéis decir al mundo, oh pueblo, que oís esta palabra, que mi luz ha venido de
nuevo entre los hombres, ya que también les podéis anunciar que la humanidad
está próxima a salir de su letargo.
No
volveré a daros sangre humana para salvaros del pecado. Si mi sangre divina
derramada en aquel Segundo Tiempo os habló de amor divino e infinito, de perdón
sublime y de vida eterna, comprenderéis que esa sangre no ha cesado de
derramarse ni por un instante sobre vosotros, sobre vuestro ser, para trazar con
su huella el camino de vuestra evolución.
Nadie me debe esperar ni debe buscarme humanizado porque si Yo accediese a
cumpliros ese deseo, tal manifestación estaría fuera de tiempo y vosotros
debéis comprender que el Maestro no hará nunca nada que esté fuera de la
perfección, porque sus enseñanzas son siempre perfectas, porque La enseña lo
perfecto.
Del
mismo modo, cuando esta forma de comunicarme que ahora he usado con vosotros
llegue a su término, no habrá petición ni súplica que me convenza de no cumplir
con lo que os he anunciado; ella cesará para siempre, porque su tiempo habrá
concluido y su misión estará terminada.
Pronto se cumplirán dos mil años desde que estuve como hombre entre vosotros y
la sangre que os legara como una prueba de mi amor, es la herencia que aún está
fresca.
Sin
embargo, el mundo está pidiendo una vez más mi sangre y voy a dársela, pero no
aquélla que vivifica el cuerpo, sino la que le da vida eterna al espíritu. En
mi luz enviaré vida y salud a los hombres, ella será como un sol que hará
llegar su calor a los fríos corazones de esta humanidad.
Sobre todos se extenderá mi misericordia como si fuesen las alas de una alondra
que estuviera cubriendo a sus hijos. Mi amor será más clemente y hermoso que el
firmamento azul que tanto admiran vuestros ojos; sentiréis mi aliento cual si
fuese una brisa celestial que sólo vuestro espíritu podrá percibir. Yo soy el
tiempo, la vida y también la eternidad. Yo soy la primavera y el verano, el
otoño y el invierno de vuestra vida, y cada una de esas fases es una lección
palpitante y vívida que el Divino maestro entrega a sus hijos.
Dejad que el rocío divino penetre en vuestro espíritu para que pueda vivir una
eterna primavera. Dejad que el corazón se agote bajo el sol candente de la
lucha, pero que en lo íntimo de vuestro ser se conserven frescas las flores de
la virtud, de la fe y del amor.
¿Por
qué estáis tristes? No lo sabéis. Yo si sé que os agobia la tristeza porque habéis
dejado que vuestro espíritu enfermara junto con la materia, y cuando el huracán
de las pasiones o las pruebas os azotan o la nieve del invierno os hiela,
entonces perdéis toda esperanza y anhelo de vivir.
También mi Espíritu experimenta tristeza que proviene de ver siempre llorando a
esta humanidad que no quiere despertar y darse cuenta de que esta tierra sigue
siendo un paraíso terrenal; os veo perecer de hambre estando rodeados de
fecundidad y de vida. Es a esta humanidad a la que me refiero cuando os digo:
"Tienen ojos y no ven".
Tras
de la ciencia han marchado los hombres locamente, y muchas son las maravillas
que han descubierto, pero aquélla que da la paz, la salud y la dicha verdadera,
ésa no la han encontrado entre todos los bienes de la tierra, porque está más
allá de lo humano, precisamente donde el hombre no ha querido llegar. Esa
ciencia divina la enseñó Jesús cuando os dijo: "Amaos los unos a los
otros".
Buscad el reino de Jesús que no está en este mundo y en él encontraréis la luz
y la paz, necesarias para endulzar y hacer llevadera esta jornada.
Ahora venís a recibir el mandato divino. Os contemplo dispuestos a obedecer mi
ley, tratando de seguir la huella trazada por Jesús.
Ha
mucho tiempo estuve entre vosotros y aún vengo a llamar a la puerta de vuestros
corazones para que os améis.
Bienaventurado el que se ha sabido preparar para recibir en su corazón al Padre
Celestial, porque Él le da a cada instante la forma de cumplir, contemplando
que el discípulo quiere estar cerca de su Maestro.
Si
en este año que para vosotros principia encontráis la prueba, sed fuertes y no
flaqueéis; entonces podréis demostrar a vuestros hermanos la fuerza que existe
en vuestro espíritu; ellos querrán conocer, la fuente de donde habéis bebido y
encontrarán que la fuente soy yo, Cristo, de quien tanto se han alejado.
En
verdad os digo, que a esta fuente vendrán hombres de todas las razas y
religiones, porque la espiritualidad será en todos los cultos que los hombres
me rinden y al final se hallarán todos próximos a la verdad, a la unificación.
Discípulos: Ha habido instantes en que habéis sentido mi justicia, y os, he
visto confesaros con humildad ante mi Espíritu Divino; entonces he apartado mi
mirada de vuestros pecados para contemplar sólo que sois mis hijos a quienes
amo y perdono. Así os enseño a amar y a perdonar a vuestros semejantes.
No
dejéis pasar el tiempo sin aprovecharlo, porque nadie sabe los instantes que le
quedan de vida en este mundo. Por eso os digo: No esperéis un tiempo más
propicio que el presente para levantaros a trabajar; no sea que esperando
tiempos mejores, os sorprenda la muerte sin cosecha ni cumplimiento.
Se
acerca el año de 1950 en el cual os diré mi adiós a través de esta comunicación
y ese adiós será sentido por vosotros, como lo sintieron mis discípulos del
Segundo Tiempo, cuando les anuncié que la hora de Mí partida había llegado.
Si
aquellos tuvieron el consuelo de contemplarme después de mi muerte, fue para
grabar con fuego en su espíritu la verdad de la vida espiritual. Mas entre
vosotros sólo algunos contemplarán la forma humanizada de Jesús y los demás le
sentirán profundamente y esa será la forma de comunicarse conmigo de espíritu a
Espíritu.
Velad y orad por la paz de la tierra, para que cesen tantas calamidades, porque
en ella se encuentra la simiente de las nuevas generaciones.
¡MI PAZ SEA
CON VOSOTROS!
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