Día de júbilo para mi pueblo, día de paz para
los que han venido a escuchar mi palabra. Cuando entregué a los primeros esta
heredad, les dije que la cuidasen porque era como un pequeño arbusto que más
tarde se convertiría en frondoso y corpulento árbol; hoy vienen las grandes
multitudes a escuchar mi palabra testificando con ello el cumplimiento de mi
profecía.
El árbol dió ramas y éstas fueron desprendidas
para ser plantadas en otras tierras, mas de cierto os digo, que unas han sido
plantadas por mi voluntad y otras por la voluntad de los hombres.
Hace tiempo os dije que el árbol por su fruto es
conocido, y en breve, cuando estos árboles comiencen a fructificar, veréis que
clase de fruto da cada uno, si es bueno o no. Ha habido arbustos que empezaron
llenos de verdor y de fuerza, los cuales eran prometedores de buenos frutos y
de buena sombra para los caminantes fatigados, porque aquel que los cuidaba se
levantó lleno de amor y de caridad y se convirtió en la salvación del perdido;
contestó con palabras de luz a las preguntas de los hombres, dió luz a los
ciegos y consuelo a los enfermos; los prodigios sucedieron, los milagros
brotaban de sus labios y de sus obras, las verdades se recibían por inspiración
y es que el Padre viendo el ahínco y el celo de aquellos labriegos. Se derramó
en amor y sabiduría. Las multitudes, al ver la entrega de aquel discípulo, al
confirmar su caridad y sinceridad, lo siguieron a la montaña, le obedecieron y
creyeron ciegamente; mas cuando aquel contempló que las turbas le seguían, que
las multitudes obedecían su voz como si fuera una ley, sintió en su corazón la
vanidad y la grandeza, y olvidándose de Aquél que todo le dio sin lo cual nada
podía haber hecho, haciendo a un lado la humildad, comenzó a hacer alarde de
sus méritos y de su potestad sobre los demás; se sintió perfecto en la práctica
de mi Doctrina, pregonó ser verdadero discípulo y hasta maestro.
Os digo que quienes vayan haciendo alarde de sus
dones y no siembren con humildad, su cosecha será vana.
Yo podría preguntar a muchos de los que se
levantaron pregonando caridad: ¿En dónde están vuestras multitudes; dónde
quedaron aquellos que os iban siguiendo? ¿Qué se hicieron todos aquellos que
recibieron dones para esparcir esta semilla? Y tendrán que decirme que se han
quedado solos, porque los que fueron hallados, volvieron a extraviarse, los que
sanaron volvieron a enfermar, y los que empezaban a ver la luz volvieron a sus
tinieblas; y os pregunta el Maestro: ¿Por qué aconteció ésto entre mis
doctrinados? Porque tomaron las lecciones recibidas según su entendimiento y
voluntad, porque se levantaron antes de tiempo, es decir, antes de comprender
bien la lección del Maestro.
Los que esperaron la hora de levantarse a
cumplir estudiando, velando y orando, son los que permanecen firmes, porque sus
raíces se han profundizado, y sus ramas han resistido tempestades, éstos se
levantaron a tiempo, cuando la vanidad ya no podía hacer presa de su corazón. Pero
este es día de paz y de perdón, en el que quiero que todos meditéis en mis
palabras para que cuando tornéis a vuestro árbol y a vuestras tierras,
corrijáis cuanto de imperfecto hayáis hecho: aún es tiempo de enderezar el
árbol y de salvar la siembra, mas tenéis que multiplicar vuestro esfuerzo.
Volved a vuestras campiñas, y si os veis
solitarios y olvidados por aquellos que os siguieron ciegamente, a los que no
supisteis retener, cubrid las raíces del árbol, cortad todo el fruto dañado,
podad sus ramas secas, dadle riego y veréis de nuevo a los caminantes venir en
pos de su sombra y de sus frutos.
Benditos sean los que sepan levantarse de su
propia caída, benditos los que resurjan a la luz; veréis entonces que de sus
bocas saldrá la voz que habla de mi nueva venida, la que esperaron los hombres
siglo tras siglo, y que hará estremecer a muchos muertos aun en sus tumbas.
En verdad os digo que aquella divina promesa de
volver entre vosotros como Espíritu de Consolación, nadie la borró, ni el
tiempo, ni el pecado, ni las edades que sobre los hombres han pasado; tampoco
la prueba de mi venida será borrada, y al fin los hombres se doblegarán ante mi
verdad.
Al escuchar mi palabra, repasáis vuestra vida a
la luz de la conciencia y cuando mi cátedra ha terminado, os sentís descargados
de vuestras culpas, aflicciones y remordimientos. Mi palabra aunque la recibís
a través de entendimientos rudos, estremece a vuestro ser, porque en ella
sentís un ojo que os está mirando, un oído que escucha hasta el más leve de
vuestros suspiros, y una sensibilidad capaz de percibir hasta el más oculto de
vuestros pensamientos.
Desde el primer día en que hablé a la humanidad
por este medio, abrí una nueva era espiritual. Los corazones que estuvieron
presentes ante mi divina manifestación, se sintieron sobrecogidos de temor, de
respeto, de asombro y de gozo. Por eso aquella corta porción de mis primeros
discípulos fue creciendo y aumentando, hasta llegar a convertirse en las
grandes congregaciones que ahora asisten a escuchar mis enseñanzas.
Entre estas multitudes se encuentran los que
después de haberme oído año tras año, se han familiarizado con esta
manifestación y ya no se estremecen como cuando me escucharon en las primeras lecciones
recibidas. Sin embargo, la mayoría continúa escuchando con verdadero gozo mi
palabra y su corazón palpita apresuradamente cuando asisten a oír mi sabia y
amorosa Doctrina.
He querido formar espiritualmente a los
corazones que vienen a recibir esta palabra, para hacer de cada uno, un
labriego fuerte para el trabajo que se le tiene asignado, consciente de su
misión y celoso de mi Obra; pero unos han permanecido fieles escuchándome,
aprendiendo y perfeccionándose, para hacerse dignos de ofrecer a sus hermanos
los frutos ya maduros con su estudio y meditación, con paciencia, con esfuerzo
y perseverancia. Otros han buscado halagos, ansiosos de sembrar, antes de que
sea llegado el tiempo, han partido antes del momento señalado y han enseñado lo
poco que han aprendido. Por eso algunos han mixtificado las lecciones
recibidas, modificando mi enseñanza a su voluntad por falta de conocimientos,
dificultando con ello la buena marcha de los que se levantaron a predicar mi
Doctrina hasta que estuvieran capacitados para practicar mis enseñanzas.
Yo os digo que, cuando suene la hora, el trigo
de los buenos sembradores superará a la cizaña de los infieles y en la hora de
la lucha, el mundo sabrá distinguir a quienes le llevaron mi verdad.
Si oís que algún espiritualista hace alarde de
su cargo y va por el mundo gritando que él es uno de los nuevos discípulos de
Cristo, podréis afirmar que su boca va profiriendo mentiras, porque el
verdadero discípulo de esta Obra, es aquel que no hace alarde, aquel que en
silencio va trabajando por la gloria de su Maestro, amando verdaderamente a
todos sus hermanos. A mis buenos servidores, podréis reconocerlos por su
humildad.
Al final ¿Qué será de los que no practicaron
mis enseñanzas, de acuerdo con los dictados de mi Ley? Serán purificados y
tendrán por nueva misión reparar todos sus yerros y lavar todas sus manchas,
hasta que logren convertir en trigo la cizaña que habían venido cultivando.
A la multitud que en estos instantes está
escuchando mi palabra, le digo: seguid escuchando con unción mi enseñanza, no
dejéis que se pierda de vuestra mente sin antes meditar en ella; no pretendáis
levantaros a enseñar, cuando sólo sois un débil párvulo; debéis esperar a
convertiros en un discípulo fuerte y preparado, entonces será cuando podáis ver
que cada semilla que sembráis, germinará, crecerá, florecerá y fructificará. Y
Yo os diré: vengo a recibir vuestro presente, el fruto de la simiente que os he
confiado.
No vengo aún a juzgaros porque si así fuese os
encontraría escasos de méritos. Me presento ante vosotros como Padre, para
perdonaros y ofreceros un tiempo más, como una oportunidad preciosa que debéis
aprovechar y de la cual me responderéis.
En este día de gracia os digo que la presencia
y el amor de María lo he dado a conocer y lo he hecho sentir a la humanidad,
porque en Ella se hará la Nueva Alianza en este tiempo. María, en su ternura y
humildad, también se ha comunicado con vosotros.
El Padre ha derramado sus complacencias en este
pueblo, mas en verdad os digo, que de la presencia de la Madre Divina también
tenéis que responderme.
Os reclamo sí, porque quiero que tengáis
conocimiento de todo cuanto os he concedido, pero en el fondo de este reclamo,
está mi caricia.
El mundo ignora mi Obra y mi manifestación de
este tiempo, porque habéis tenido temor de proclamar estas enseñanzas ante los
hombres, pero las nuevas generaciones las conocerán y engrosarán estas filas.
En verdad os digo, que el nombre de Jesús y el de María están unidos en la obra
de redención, y ya que en este tiempo los hombres no han sabido formar la
alianza con su Señor, el nombre de la Madre será el símbolo de la unificación y
de la fraternidad entre la humanidad.
Los hombres han formado su misión, la que
siendo originalmente pura, la han manchado con su pecado y profanado con sus
ciencias inspiradas muchas de ellas en el egoísmo, en el odio y en la soberbia.
Oíd: En el Primer Tiempo pacté con Abraham y
sus generaciones; aquel pacto lo olvidaron los hijos de aquel pueblo. Pacté con
Moisés, quien sacó de la esclavitud a Israel, y con el paso de los tiempos
nuevamente los hombres se olvidaron del pacto.
En el Segundo Tiempo vine al Mundo, mi pacto
con los hombres lo sellé con mi sangre, y ese pacto de amor tuvo validez
suficiente para enseñar a mis hijos el camino por el que la humanidad de todos
los tiempos puede redimir todos sus pecados. Porque Yo, en Jesús, vencí a la
muerte, triunfé sobre las tinieblas, convertí el dolor en pasión divina y abrí
el camino de la luz a los espíritus.
Hoy habéis escuchado que vengo a hacer con
vosotros nueva alianza, porque no os encuentro unidos ni en Mí, ni en vosotros
mismos, y es mi voluntad que en este Tercer Tiempo, en el seno del Sexto Sello,
forméis la alianza de amor y fraternidad en Mí.
Todos os encontráis dentro del Sexto Sello, que
es una etapa, un capítulo del Libro de los Siete Sellos, cuyo contenido es la
sabiduría de Dios y la perfección de los espíritus.
Las nuevas generaciones vendrán y conocerán la
obra del Tercer Tiempo, en el que vosotros disteis los primeros pasos. Ellas
proseguirán vuestra labor, y cuando al fín las diferentes razas y pueblos se
amen como hermanos, cuando los hombres hayan destruido sus odios, la obra del
Espíritu Santo se habrá establecido en el corazón de la humanidad.
Desde el Primer Tiempo os enseñé a consagrarme
el séptimo día. Si durante seis días el hombre se entregaba al cumplimiento de
sus deberes humanos justo era que cuando menos uno, lo dedicase al servicio de
su Señor. No le pedí que me consagrara el primer día, sino el último para que
en él descansara de sus labores y se entregara a la meditación, dando a su
espíritu la ocasión de acercarse a su Padre para conversar con Él a través de
la oración.
El día de descanso se instituyó para que el
hombre, al olvidar aunque fuera por un momento la dura lucha terrestre, dejara
que su conciencia le hablara, le recordara la Ley, y se examinara a sí mismo,
se arrepintiera de sus faltas y formara dentro de su corazón nobles propósitos
de arrepentimiento. El sábado fue el día que anteriormente estaba dedicado al
descanso, a la oración, y al estudio de la Ley, pero el pueblo al cumplir con
la tradición, olvidó los sentimientos hacia la humanidad y los deberes
espirituales que tenía para con sus semejantes. Los tiempos pasaron, la
humanidad evolucionó espiritualmente y Cristo vino a enseñaros que aun en los
días de reposo debéis de practicar la caridad y todas las buenas obras.
Jesús quiso deciros que un día estaba dedicado
a la meditación y al reposo físico, pero debíais comprender que para el
desempeño de la misión del espíritu, no podía señalarse día y hora.
A pesar de haberos hablado el Maestro con suma
claridad, los hombres se distanciaron buscando cada cual el día que para ellos
fuera el más propicio y así, mientras unos siguieron conservando el sábado como
día dedicado al reposo, otros adoptaron el domingo para celebrar sus cultos.
Hoy vengo a hablaros una vez más y mis
enseñanzas os traen nuevos conocimientos; habéis vivido muchas experiencias y
habéis evolucionado. Hoy no tiene importancia el día que dediquéis al descanso
de la fatiga terrestre, pero sí la tiene el que sepáis que todos los días
debéis caminar por la senda que Yo os he trazado. Comprended que no existe hora
señalada para que elevéis vuestra oración, porque todo tiempo es propicio para
que oréis y practiquéis mi Doctrina en favor de vuestros hermanos.
Quiero que en vuestro espíritu siempre haya
luz, inspiración y amor. Que la mente y el corazón sean el espejo del espíritu
y que en él se reflejen sus virtudes, se traduzcan en ideas brillantes y en
nobles pensamientos y sentimientos. Entonces llegaréis a daros cuenta de cuán
perfecta es la armonía que existe entre el espíritu y el cuerpo, entre lo
espiritual y lo humano, entre las leyes y deberes del espíritu y las leyes y
deberes del mundo; al final, podréis comprobar que toda la vida con sus pruebas
y lecciones tiene una sola meta: el perfeccionamiento del espíritu, por medio
del cual alcanzará a conocer el reposo y la dicha verdadera en el Reino del
Señor.
A veces pensáis y decís que para qué sirve esta
existencia ya que nada bueno os da y ningún provecho obtenéis de ella. Cuando
alguien llega a pensar así, es porque está evitando que la luz brille en su
espíritu. Cree que es inútil la vida porque no ha logrado obtener que en ella
se realizaran todos sus deseos, porque quisiera haber obtenido todo conforme a
sus pensamientos. Cree que también él es inútil, y eso se debe a que no ha
conocido el sentido de mi palabra, porque no la ha analizado.
La parte espiritual del hombre se encuentra
aletargada, y es por eso que ha vivido tantas vidas inútiles.
Yo podría exigiros y obligaros a que
cumplieseis mis mandatos, mas entonces vuestros méritos no serían reales,
vuestro adelanto no sería verdadero. Dejo que la vida, en la que sin daros
cuenta vais forjando para vosotros mismos lecciones y pruebas, os dé la
verdadera enseñanza, a veces dolorosa, según hayan sido vuestras obras. Y en
medio de la prueba, mi Espíritu os envía la luz, la cual llega a vuestro
espíritu, a veces dulcemente, y en ocasiones como juez inexorable, para que
despertéis y sigáis la voz de la conciencia, que es mi propia voz.
Yo os pregunto: ¿Queréis ser útiles y sentir
que vuestra existencia también lo es? Aprended entonces de mi palabra, aquella
que os dí en tiempos pasados, aprended de ésta que hoy estáis oyendo, porque
una y otra se complementan, pero no vayáis a creer, que con sólo repetir mis
frases y mis máximas, ya habéis dado cumplimiento a mis enseñanzas, no, el que
no sepa amar, no sabrá decir las divinas palabras y cumplir con lo que ellas os
enseñan.
El amor es el principio y la razón de vuestra
existencia, oh humanidad, ¿Cómo podríais vivir sin ese don? Creedme, hay muchos
que llevan en sí la muerte, y otros que están enfermos tan sólo por no amar a
nadie. El bálsamo que a muchos a salvado, ha sido el amor y el don divino que
resucita a la vida verdadera, que redime y que eleva, es también el amor.
Por eso, párvulo que habéis oído esta
enseñanza, os dice el Maestro: Desde este día empezad a amar; dejad que con ese
sentimiento se saturen todas vuestras obras para con los demás y también que
influya en las palabras y las oraciones que me dediquéis.
Sabed que la palabra que no lleva amor, no
tiene vida ni poder. Me preguntáis cómo podéis empezar a amar y qué debéis
hacer para que en vuestro corazón se despierte este sentimiento, y Yo os digo:
Por lo que debéis empezar, es por saber orar. La oración os acercará al Maestro
y ese Maestro soy Yo.
En la oración hallaréis consuelo, inspiración y
fuerza, ella os dará la dulce satisfacción de poder hablar íntimamente con
Dios, sin testigos ni mediadores; Dios y vuestro espíritu, reunidos en ese
dulce momento de confidencias, de comunicación espiritual y de bendiciones.
Preparaos, discípulos, porque quiero manifestarme
a vosotros. Todos me presentáis cuitas e inquietudes y Yo os digo: ¿Por qué
teméis? ¿No habéis sentido mi mirada posarse llena de caridad sobre vosotros?
¿No os hace fuertes mi presencia? No queráis que repita mis palabras del
Segundo Tiempo y que os diga que sois hombres de poca fe, que teniéndome tan
cerca y diciéndome conocerme, no habéis confiado en Mí.
Siempre que elevéis vuestra oración y me
busquéis, estaré con vosotros, mi palabra y los mandatos que os he dado en
todos los tiempos, os darán mi lección a través de vuestra conciencia, haced
acopio de fuerza y preparación. Llevad por doquiera esta palabra de vida a los
corazones que han menester consuelo y luz, porque os he nombrado sembradores de
la campiña espiritual.
Si vosotros habéis sido llenos de mis
complacencias y lo que habéis recibido es un caudal inagotable de enseñanzas,
debéis compartir con amor este conocimiento. Id a los demás menesterosos, a los
que no tienen sobre la Tierra afectos, consideración o respeto. Buscad a los
huérfanos, a las viudas, a los enfermos incurables, y prodigad caridad.
Derramad este bálsamo espiritual que brota del fondo del espíritu y atended más
a su espíritu que a su cuerpo.
He formado el cuerpo de labriegos con hombres y
mujeres, ya que no sólo el hombre sabe interpretar mi Ley. La mujer, dotada de
bellos y nobles sentimientos, ha sido siempre colaboradora de mi Obra de
redención. También en ella hago descansar en este tiempo la responsabilidad del
buen cumplimiento de mis mandatos. Yo dejo a ambos velando unidos en esta causa
que os he confiado.
Pueblo mío: Voy a permanecer unos instantes con
vosotros a través de este entendimiento. Habéis orado y en el momento de mayor
elevación, se ha escuchado en el silencio de vuestros corazones, el saludo
amoroso del Maestro que os ha dicho: "La paz sea con vosotros". Os
habéis dado cuenta del alcance que tiene la oración, y habéis comprendido el
poder tan inmenso que ésta tiene cuando la eleváis, tanto para remediar una
necesidad espiritual, como para pedir la solución de una aflicción material.
Recordad que muchas veces os ha bastado
pronunciar la palabra "Padre", para que todo vuestro ser se
estremezca y vuestro corazón se sienta invadido por el consuelo que os da su amor.
Sabed que cuando vuestro corazón me llama con ternura, también mi Espíritu se
estremece de gozo.
Cuando me llamáis "Padre", cuando ese
nombre brota de vuestro ser, en el cielo se escucha vuestra voz y al arcano le
arrancáis algún secreto.
No dejéis que sean solamente los labios los que
me llamen "Padre", porque muchos soléis hacer ésto maquinalmente.
Quiero que cuando digáis "Padre nuestro que estás en los Cielos,
santificado sea tu nombre", dejéis que esa oración brote de lo más puro de
vuestro ser, meditando cada una de sus frases para que luego quedéis inspirados
y en perfecta comunión Conmigo.
Yo os enseñé la palabra poderosa, maestra,
aquella que verdaderamente acerca al hijo hacia su Padre. Al pronunciar con
unción y respeto, con elevación y amor, con fe y esperanza la palabra Padre,
las distancias desaparecen, los espacios se acortan, porque en ese instante de
comunicación de espíritu a Espíritu, ni Dios está lejos de vos, ni vosotros os
encontráis lejos de Él. Orad así y en vuestro corazón recibiréis a manos llenas
el beneficio de mi amor.
Entonces me veréis con vuestra mirada
espiritual, caminando delante de vosotros como lo hace el pastor con sus
ovejas. Veréis la luz divina iluminando el sendero de vuestra vida y oiréis mi
voz que repite a cada momento para alentaros en vuestro camino: "Sed
fuertes, no os detengáis, cada paso que dais hacia adelante os acerca más a
vuestro Padre".
Este día, oh discípulos, os he hablado una vez
más sobre el amor y la oración, para que lleguéis a comprender la gracia que
ella encierra y su eficacia, para que alcancéis el galardón que mi caridad os
tiene prometido.
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