sábado, 7 de agosto de 2010

Cátedra Divina 166

Día de júbilo para mi pueblo, día de paz para los que han venido a escuchar mi palabra. Cuando entregué a los primeros esta heredad, les dije que la cuidasen porque era como un pequeño arbusto que más tarde se convertiría en frondoso y corpulento árbol; hoy vienen las grandes multitudes a escuchar mi palabra testificando con ello el cumplimiento de mi profecía.

El árbol dió ramas y éstas fueron desprendidas para ser plantadas en otras tierras, mas de cierto os digo, que unas han sido plantadas por mi voluntad y otras por la voluntad de los hombres.

Hace tiempo os dije que el árbol por su fruto es conocido, y en breve, cuando estos árboles comiencen a fructificar, veréis que clase de fruto da cada uno, si es bueno o no. Ha habido arbustos que empezaron llenos de verdor y de fuerza, los cuales eran prometedores de buenos frutos y de buena sombra para los caminantes fatigados, porque aquel que los cuidaba se levantó lleno de amor y de caridad y se convirtió en la salvación del perdido; contestó con palabras de luz a las preguntas de los hombres, dió luz a los ciegos y consuelo a los enfermos; los prodigios sucedieron, los milagros brotaban de sus labios y de sus obras, las verdades se recibían por inspiración y es que el Padre viendo el ahínco y el celo de aquellos labriegos. Se derramó en amor y sabiduría. Las multitudes, al ver la entrega de aquel discípulo, al confirmar su caridad y sinceridad, lo siguieron a la montaña, le obedecieron y creyeron ciegamente; mas cuando aquel contempló que las turbas le seguían, que las multitudes obedecían su voz como si fuera una ley, sintió en su corazón la vanidad y la grandeza, y olvidándose de Aquél que todo le dio sin lo cual nada podía haber hecho, haciendo a un lado la humildad, comenzó a hacer alarde de sus méritos y de su potestad sobre los demás; se sintió perfecto en la práctica de mi Doctrina, pregonó ser verdadero discípulo y hasta maestro.

Os digo que quienes vayan haciendo alarde de sus dones y no siembren con humildad, su cosecha será vana.

Yo podría preguntar a muchos de los que se levantaron pregonando caridad: ¿En dónde están vuestras multitudes; dónde quedaron aquellos que os iban siguiendo? ¿Qué se hicieron todos aquellos que recibieron dones para esparcir esta semilla? Y tendrán que decirme que se han quedado solos, porque los que fueron hallados, volvieron a extraviarse, los que sanaron volvieron a enfermar, y los que empezaban a ver la luz volvieron a sus tinieblas; y os pregunta el Maestro: ¿Por qué aconteció ésto entre mis doctrinados? Porque tomaron las lecciones recibidas según su entendimiento y voluntad, porque se levantaron antes de tiempo, es decir, antes de comprender bien la lección del Maestro.

Los que esperaron la hora de levantarse a cumplir estudiando, velando y orando, son los que permanecen firmes, porque sus raíces se han profundizado, y sus ramas han resistido tempestades, éstos se levantaron a tiempo, cuando la vanidad ya no podía hacer presa de su corazón. Pero este es día de paz y de perdón, en el que quiero que todos meditéis en mis palabras para que cuando tornéis a vuestro árbol y a vuestras tierras, corrijáis cuanto de imperfecto hayáis hecho: aún es tiempo de enderezar el árbol y de salvar la siembra, mas tenéis que multiplicar vuestro esfuerzo.

Volved a vuestras campiñas, y si os veis solitarios y olvidados por aquellos que os siguieron ciegamente, a los que no supisteis retener, cubrid las raíces del árbol, cortad todo el fruto dañado, podad sus ramas secas, dadle riego y veréis de nuevo a los caminantes venir en pos de su sombra y de sus frutos.

Benditos sean los que sepan levantarse de su propia caída, benditos los que resurjan a la luz; veréis entonces que de sus bocas saldrá la voz que habla de mi nueva venida, la que esperaron los hombres siglo tras siglo, y que hará estremecer a muchos muertos aun en sus tumbas.

En verdad os digo que aquella divina promesa de volver entre vosotros como Espíritu de Consolación, nadie la borró, ni el tiempo, ni el pecado, ni las edades que sobre los hombres han pasado; tampoco la prueba de mi venida será borrada, y al fin los hombres se doblegarán ante mi verdad.

Al escuchar mi palabra, repasáis vuestra vida a la luz de la conciencia y cuando mi cátedra ha terminado, os sentís descargados de vuestras culpas, aflicciones y remordimientos. Mi palabra aunque la recibís a través de entendimientos rudos, estremece a vuestro ser, porque en ella sentís un ojo que os está mirando, un oído que escucha hasta el más leve de vuestros suspiros, y una sensibilidad capaz de percibir hasta el más oculto de vuestros pensamientos.

Desde el primer día en que hablé a la humanidad por este medio, abrí una nueva era espiritual. Los corazones que estuvieron presentes ante mi divina manifestación, se sintieron sobrecogidos de temor, de respeto, de asombro y de gozo. Por eso aquella corta porción de mis primeros discípulos fue creciendo y aumentando, hasta llegar a convertirse en las grandes congregaciones que ahora asisten a escuchar mis enseñanzas.

Entre estas multitudes se encuentran los que después de haberme oído año tras año, se han familiarizado con esta manifestación y ya no se estremecen como cuando me escucharon en las primeras lecciones recibidas. Sin embargo, la mayoría continúa escuchando con verdadero gozo mi palabra y su corazón palpita apresuradamente cuando asisten a oír mi sabia y amorosa Doctrina.

He querido formar espiritualmente a los corazones que vienen a recibir esta palabra, para hacer de cada uno, un labriego fuerte para el trabajo que se le tiene asignado, consciente de su misión y celoso de mi Obra; pero unos han permanecido fieles escuchándome, aprendiendo y perfeccionándose, para hacerse dignos de ofrecer a sus hermanos los frutos ya maduros con su estudio y meditación, con paciencia, con esfuerzo y perseverancia. Otros han buscado halagos, ansiosos de sembrar, antes de que sea llegado el tiempo, han partido antes del momento señalado y han enseñado lo poco que han aprendido. Por eso algunos han mixtificado las lecciones recibidas, modificando mi enseñanza a su voluntad por falta de conocimientos, dificultando con ello la buena marcha de los que se levantaron a predicar mi Doctrina hasta que estuvieran capacitados para practicar mis enseñanzas.

Yo os digo que, cuando suene la hora, el trigo de los buenos sembradores superará a la cizaña de los infieles y en la hora de la lucha, el mundo sabrá distinguir a quienes le llevaron mi verdad.

Si oís que algún espiritualista hace alarde de su cargo y va por el mundo gritando que él es uno de los nuevos discípulos de Cristo, podréis afirmar que su boca va profiriendo mentiras, porque el verdadero discípulo de esta Obra, es aquel que no hace alarde, aquel que en silencio va trabajando por la gloria de su Maestro, amando verdaderamente a todos sus hermanos. A mis buenos servidores, podréis reconocerlos por su humildad.

Al final ¿Qué será de los que no practicaron mis enseñanzas, de acuerdo con los dictados de mi Ley? Serán purificados y tendrán por nueva misión reparar todos sus yerros y lavar todas sus manchas, hasta que logren convertir en trigo la cizaña que habían venido cultivando.

A la multitud que en estos instantes está escuchando mi palabra, le digo: seguid escuchando con unción mi enseñanza, no dejéis que se pierda de vuestra mente sin antes meditar en ella; no pretendáis levantaros a enseñar, cuando sólo sois un débil párvulo; debéis esperar a convertiros en un discípulo fuerte y preparado, entonces será cuando podáis ver que cada semilla que sembráis, germinará, crecerá, florecerá y fructificará. Y Yo os diré: vengo a recibir vuestro presente, el fruto de la simiente que os he confiado.

No vengo aún a juzgaros porque si así fuese os encontraría escasos de méritos. Me presento ante vosotros como Padre, para perdonaros y ofreceros un tiempo más, como una oportunidad preciosa que debéis aprovechar y de la cual me responderéis.

En este día de gracia os digo que la presencia y el amor de María lo he dado a conocer y lo he hecho sentir a la humanidad, porque en Ella se hará la Nueva Alianza en este tiempo. María, en su ternura y humildad, también se ha comunicado con vosotros.

El Padre ha derramado sus complacencias en este pueblo, mas en verdad os digo, que de la presencia de la Madre Divina también tenéis que responderme.

Os reclamo sí, porque quiero que tengáis conocimiento de todo cuanto os he concedido, pero en el fondo de este reclamo, está mi caricia.

El mundo ignora mi Obra y mi manifestación de este tiempo, porque habéis tenido temor de proclamar estas enseñanzas ante los hombres, pero las nuevas generaciones las conocerán y engrosarán estas filas. En verdad os digo, que el nombre de Jesús y el de María están unidos en la obra de redención, y ya que en este tiempo los hombres no han sabido formar la alianza con su Señor, el nombre de la Madre será el símbolo de la unificación y de la fraternidad entre la humanidad.

La fuerza de los elementos será la voz que despierte a los hombres que se obstinan en vivir en tinieblas, y no será que Yo venga a juzgarlos, serán ellos los que caigan en la justicia por sus propios actos.

Los hombres han formado su misión, la que siendo originalmente pura, la han manchado con su pecado y profanado con sus ciencias inspiradas muchas de ellas en el egoísmo, en el odio y en la soberbia.

Oíd: En el Primer Tiempo pacté con Abraham y sus generaciones; aquel pacto lo olvidaron los hijos de aquel pueblo. Pacté con Moisés, quien sacó de la esclavitud a Israel, y con el paso de los tiempos nuevamente los hombres se olvidaron del pacto.

En el Segundo Tiempo vine al Mundo, mi pacto con los hombres lo sellé con mi sangre, y ese pacto de amor tuvo validez suficiente para enseñar a mis hijos el camino por el que la humanidad de todos los tiempos puede redimir todos sus pecados. Porque Yo, en Jesús, vencí a la muerte, triunfé sobre las tinieblas, convertí el dolor en pasión divina y abrí el camino de la luz a los espíritus.

Hoy habéis escuchado que vengo a hacer con vosotros nueva alianza, porque no os encuentro unidos ni en Mí, ni en vosotros mismos, y es mi voluntad que en este Tercer Tiempo, en el seno del Sexto Sello, forméis la alianza de amor y fraternidad en Mí.

Todos os encontráis dentro del Sexto Sello, que es una etapa, un capítulo del Libro de los Siete Sellos, cuyo contenido es la sabiduría de Dios y la perfección de los espíritus.

Las nuevas generaciones vendrán y conocerán la obra del Tercer Tiempo, en el que vosotros disteis los primeros pasos. Ellas proseguirán vuestra labor, y cuando al fín las diferentes razas y pueblos se amen como hermanos, cuando los hombres hayan destruido sus odios, la obra del Espíritu Santo se habrá establecido en el corazón de la humanidad.

Desde el Primer Tiempo os enseñé a consagrarme el séptimo día. Si durante seis días el hombre se entregaba al cumplimiento de sus deberes humanos justo era que cuando menos uno, lo dedicase al servicio de su Señor. No le pedí que me consagrara el primer día, sino el último para que en él descansara de sus labores y se entregara a la meditación, dando a su espíritu la ocasión de acercarse a su Padre para conversar con Él a través de la oración.

El día de descanso se instituyó para que el hombre, al olvidar aunque fuera por un momento la dura lucha terrestre, dejara que su conciencia le hablara, le recordara la Ley, y se examinara a sí mismo, se arrepintiera de sus faltas y formara dentro de su corazón nobles propósitos de arrepentimiento. El sábado fue el día que anteriormente estaba dedicado al descanso, a la oración, y al estudio de la Ley, pero el pueblo al cumplir con la tradición, olvidó los sentimientos hacia la humanidad y los deberes espirituales que tenía para con sus semejantes. Los tiempos pasaron, la humanidad evolucionó espiritualmente y Cristo vino a enseñaros que aun en los días de reposo debéis de practicar la caridad y todas las buenas obras.

Jesús quiso deciros que un día estaba dedicado a la meditación y al reposo físico, pero debíais comprender que para el desempeño de la misión del espíritu, no podía señalarse día y hora.

A pesar de haberos hablado el Maestro con suma claridad, los hombres se distanciaron buscando cada cual el día que para ellos fuera el más propicio y así, mientras unos siguieron conservando el sábado como día dedicado al reposo, otros adoptaron el domingo para celebrar sus cultos.

Hoy vengo a hablaros una vez más y mis enseñanzas os traen nuevos conocimientos; habéis vivido muchas experiencias y habéis evolucionado. Hoy no tiene importancia el día que dediquéis al descanso de la fatiga terrestre, pero sí la tiene el que sepáis que todos los días debéis caminar por la senda que Yo os he trazado. Comprended que no existe hora señalada para que elevéis vuestra oración, porque todo tiempo es propicio para que oréis y practiquéis mi Doctrina en favor de vuestros hermanos.

Quiero que en vuestro espíritu siempre haya luz, inspiración y amor. Que la mente y el corazón sean el espejo del espíritu y que en él se reflejen sus virtudes, se traduzcan en ideas brillantes y en nobles pensamientos y sentimientos. Entonces llegaréis a daros cuenta de cuán perfecta es la armonía que existe entre el espíritu y el cuerpo, entre lo espiritual y lo humano, entre las leyes y deberes del espíritu y las leyes y deberes del mundo; al final, podréis comprobar que toda la vida con sus pruebas y lecciones tiene una sola meta: el perfeccionamiento del espíritu, por medio del cual alcanzará a conocer el reposo y la dicha verdadera en el Reino del Señor.

A veces pensáis y decís que para qué sirve esta existencia ya que nada bueno os da y ningún provecho obtenéis de ella. Cuando alguien llega a pensar así, es porque está evitando que la luz brille en su espíritu. Cree que es inútil la vida porque no ha logrado obtener que en ella se realizaran todos sus deseos, porque quisiera haber obtenido todo conforme a sus pensamientos. Cree que también él es inútil, y eso se debe a que no ha conocido el sentido de mi palabra, porque no la ha analizado.

La parte espiritual del hombre se encuentra aletargada, y es por eso que ha vivido tantas vidas inútiles.

Yo podría exigiros y obligaros a que cumplieseis mis mandatos, mas entonces vuestros méritos no serían reales, vuestro adelanto no sería verdadero. Dejo que la vida, en la que sin daros cuenta vais forjando para vosotros mismos lecciones y pruebas, os dé la verdadera enseñanza, a veces dolorosa, según hayan sido vuestras obras. Y en medio de la prueba, mi Espíritu os envía la luz, la cual llega a vuestro espíritu, a veces dulcemente, y en ocasiones como juez inexorable, para que despertéis y sigáis la voz de la conciencia, que es mi propia voz.

Yo os pregunto: ¿Queréis ser útiles y sentir que vuestra existencia también lo es? Aprended entonces de mi palabra, aquella que os dí en tiempos pasados, aprended de ésta que hoy estáis oyendo, porque una y otra se complementan, pero no vayáis a creer, que con sólo repetir mis frases y mis máximas, ya habéis dado cumplimiento a mis enseñanzas, no, el que no sepa amar, no sabrá decir las divinas palabras y cumplir con lo que ellas os enseñan.

El amor es el principio y la razón de vuestra existencia, oh humanidad, ¿Cómo podríais vivir sin ese don? Creedme, hay muchos que llevan en sí la muerte, y otros que están enfermos tan sólo por no amar a nadie. El bálsamo que a muchos a salvado, ha sido el amor y el don divino que resucita a la vida verdadera, que redime y que eleva, es también el amor.

Por eso, párvulo que habéis oído esta enseñanza, os dice el Maestro: Desde este día empezad a amar; dejad que con ese sentimiento se saturen todas vuestras obras para con los demás y también que influya en las palabras y las oraciones que me dediquéis.

Sabed que la palabra que no lleva amor, no tiene vida ni poder. Me preguntáis cómo podéis empezar a amar y qué debéis hacer para que en vuestro corazón se despierte este sentimiento, y Yo os digo: Por lo que debéis empezar, es por saber orar. La oración os acercará al Maestro y ese Maestro soy Yo.

En la oración hallaréis consuelo, inspiración y fuerza, ella os dará la dulce satisfacción de poder hablar íntimamente con Dios, sin testigos ni mediadores; Dios y vuestro espíritu, reunidos en ese dulce momento de confidencias, de comunicación espiritual y de bendiciones.

Preparaos, discípulos, porque quiero manifestarme a vosotros. Todos me presentáis cuitas e inquietudes y Yo os digo: ¿Por qué teméis? ¿No habéis sentido mi mirada posarse llena de caridad sobre vosotros? ¿No os hace fuertes mi presencia? No queráis que repita mis palabras del Segundo Tiempo y que os diga que sois hombres de poca fe, que teniéndome tan cerca y diciéndome conocerme, no habéis confiado en Mí.

Siempre que elevéis vuestra oración y me busquéis, estaré con vosotros, mi palabra y los mandatos que os he dado en todos los tiempos, os darán mi lección a través de vuestra conciencia, haced acopio de fuerza y preparación. Llevad por doquiera esta palabra de vida a los corazones que han menester consuelo y luz, porque os he nombrado sembradores de la campiña espiritual.

Si vosotros habéis sido llenos de mis complacencias y lo que habéis recibido es un caudal inagotable de enseñanzas, debéis compartir con amor este conocimiento. Id a los demás menesterosos, a los que no tienen sobre la Tierra afectos, consideración o respeto. Buscad a los huérfanos, a las viudas, a los enfermos incurables, y prodigad caridad. Derramad este bálsamo espiritual que brota del fondo del espíritu y atended más a su espíritu que a su cuerpo.

He formado el cuerpo de labriegos con hombres y mujeres, ya que no sólo el hombre sabe interpretar mi Ley. La mujer, dotada de bellos y nobles sentimientos, ha sido siempre colaboradora de mi Obra de redención. También en ella hago descansar en este tiempo la responsabilidad del buen cumplimiento de mis mandatos. Yo dejo a ambos velando unidos en esta causa que os he confiado.

Pueblo mío: Voy a permanecer unos instantes con vosotros a través de este entendimiento. Habéis orado y en el momento de mayor elevación, se ha escuchado en el silencio de vuestros corazones, el saludo amoroso del Maestro que os ha dicho: "La paz sea con vosotros". Os habéis dado cuenta del alcance que tiene la oración, y habéis comprendido el poder tan inmenso que ésta tiene cuando la eleváis, tanto para remediar una necesidad espiritual, como para pedir la solución de una aflicción material.

Recordad que muchas veces os ha bastado pronunciar la palabra "Padre", para que todo vuestro ser se estremezca y vuestro corazón se sienta invadido por el consuelo que os da su amor. Sabed que cuando vuestro corazón me llama con ternura, también mi Espíritu se estremece de gozo.

Cuando me llamáis "Padre", cuando ese nombre brota de vuestro ser, en el cielo se escucha vuestra voz y al arcano le arrancáis algún secreto.

No dejéis que sean solamente los labios los que me llamen "Padre", porque muchos soléis hacer ésto maquinalmente. Quiero que cuando digáis "Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu nombre", dejéis que esa oración brote de lo más puro de vuestro ser, meditando cada una de sus frases para que luego quedéis inspirados y en perfecta comunión Conmigo.

Yo os enseñé la palabra poderosa, maestra, aquella que verdaderamente acerca al hijo hacia su Padre. Al pronunciar con unción y respeto, con elevación y amor, con fe y esperanza la palabra Padre, las distancias desaparecen, los espacios se acortan, porque en ese instante de comunicación de espíritu a Espíritu, ni Dios está lejos de vos, ni vosotros os encontráis lejos de Él. Orad así y en vuestro corazón recibiréis a manos llenas el beneficio de mi amor.

Entonces me veréis con vuestra mirada espiritual, caminando delante de vosotros como lo hace el pastor con sus ovejas. Veréis la luz divina iluminando el sendero de vuestra vida y oiréis mi voz que repite a cada momento para alentaros en vuestro camino: "Sed fuertes, no os detengáis, cada paso que dais hacia adelante os acerca más a vuestro Padre".

Este día, oh discípulos, os he hablado una vez más sobre el amor y la oración, para que lleguéis a comprender la gracia que ella encierra y su eficacia, para que alcancéis el galardón que mi caridad os tiene prometido.

¡Te perdono y te bendigo en mi nombre que Soy el Padre, El Hijo, el Espíritu Santo, Mi paz sea con vosotros Pueblo Bendito de Israel!

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