sábado, 7 de agosto de 2010

Cátedra Divina 40

Para que el Verbo de Dios habitara entre la humanidad, y le mostrara el camino de su restitución con los sublimes ejemplos de su amor, todo lo preparó vuestro Padre.

Primero inspiró a los profetas que habían de anunciar la forma en que el Mesías vendría al mundo, cuál sería su obra, sus padecimientos y su muerte en cuanto hombre, a fin de que cuando Cristo apareciese en la Tierra, el que conociese las profecías, le reconociera al instante.

Siglos antes de mi presencia a través de Jesús, el profeta Isaías dijo: Por lo tanto el Señor os dará esta señal "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo que se llamará Emmanuel" (Que quiere decir "Dios con nosotros"). Con esta profecía entre otras anunció mi llegada.

David, muchos siglos antes de mí advenimiento, cantaba con salmos llenos de dolor y sentido profético, los sufrimientos del Mesías durante la crucifixión. En aquellos salmos habla de una de mis siete palabras en la cruz, anuncia el desprecio con que las multitudes me habían de conducir al sacrificio, las frases de burla de los hombres al oírme decir que en Mí estaba el Padre, la soledad que había de experimentar mi cuerpo ante la ingratitud humana, todos los tormentos a que habría de ser sujeto y hasta la forma en que echarían suertes sobre mi vestidura.

Cada uno de mis profetas vino a anunciar mi llegada, a preparar los caminos y a dar señales precisas para que llegado el día nadie se confundiese.

En Nazareth vivía una flor de pureza y de ternura, una virgen desposada, llamada María que era precisamente la anunciada por el profeta Isaías, para que de su seno surgiese el fruto de la Vida Verdadera. Hasta ella llegó el enviado espiritual del Señor para comunicarle la misión que traía a la Tierra, diciéndole: "Salve muy favorecida, el Señor es contigo, bendita Tú entre las mujeres".

La hora de ser revelado el divino misterio, había llegado, y todo lo que sobre la presencia del Mesías, del Salvador, del Redentor, se había dicho, estaba próximo a cumplirse. Pero cuán pocos fueron los corazones sensibles a mi presencia. Cuán pocos los espíritus que estuvieron preparados, para reconocer en la luz de mi verdad al reino de los cielos.

Los hombres en su mayoría materializados por sus ambiciones, sujetándolo todo a sus conocimientos y experiencias humanas, tratando de comprobar lo espiritual por medio de su ciencia material, tuvieron que confundirse ante lo incomprensible y acabaron negándome.

Pocos fueron los que me amaron y siguieron y muchos los que me desconocieron.

Los que me amaron, fueron los que reconocieron mi presencia a través de la sensibilidad espiritual y de la fe. Dones superiores a la razón humana, a la ciencia y a la inteligencia.

A cada paso me escudriñaban. Todos mis actos y palabras fueron juzgadas con mala intención, las más de las veces se confundían ante mis obras o pruebas, porque sus entendimientos no eran capaces de comprender lo que sólo el espíritu puede concebir.

Si oraba, decían: ¿Para qué ora si dice estar lleno de poder, y sabiduría? ¿Qué puede necesitar o pedir? Y si no oraba, decían que no cumplía con su culto.

Si veían que no llevaba a mis labios algún sustento, mientras mis discípulos comían, juzgaban que Yo estaba fuera de las leyes instituidas por Dios, y si me veían tomar alimento se preguntaban, ¿qué necesidad tenía de comer para vivir, quien decía ser la vida? No comprendían que Yo había venido al mundo a revelarles a los hombres, cómo debería vivir la humanidad después de una prolongada purificación, para que brotara de ella una generación espiritualizada, que estuviera por sobre las miserias humanas, de las necesidades imperiosas de la carne y de las pasiones de los sentidos corporales.

Muchos siglos han pasado después de que con mi presencia iluminé a la humanidad y cuando tratan de comprender la verdad sobre la concepción de María, sobre mi naturaleza humana y mi esencia espiritual, su mente turbada no ha podido comprender, ni su corazón envenenado ha concebido aquella verdad.

Esa mente y ese corazón, liberados por un instante de sus tinieblas, dejarán escapar a su espíritu a las regiones de la luz, en donde
se sentirá iluminado por una claridad superior, que no será la de su razón ni la de su ciencia.

Entonces sabrán por el espíritu ya evolucionado, la verdad que su pequeño y limitado entendimiento no pudo revelarles.

Porque sí los hombres; supiesen sentir y comprender todo el amor que mi Espíritu derrama sobre ellos a través de la naturaleza, todos serían buenos. Pero unos son ignorantes y otros son ingratos.

Sólo cuando los elementos manifiestan mi justicia es cuando se estremecen, mas no porque comprendan que es la voz de mi justicia la que les habla, sino porque temen por su vida o por sus bienes terrenales.

Desde el principio de la humanidad hasta el presente, mi justicia se ha hecho sentir en los hombres por medio de los elementos, ya que en su rudeza de los primeros tiempos y en su materialismo del tiempo presente, sólo son sensibles a las pruebas materiales.

¿Hasta cuándo va a evolucionar la humanidad, para que comprenda mi amor y sienta mi presencia por medio de la conciencia? Cuando la humanidad escuche mi voz que la aconseja y cumpla con mi ley, será indicio de que han pasado para ella las eras de materialismo.

Por ahora aún tendrán que ser tocados por los elementos en muchas formas, hasta ser convencidos de que existen fuerzas superiores ante las cuales el materialismo del hombre es muy pequeño.

La Tierra se estremecerá. El agua lavará y el fuego purificará a la humanidad.

Todos los elementos y fuerzas de la naturaleza se harán sentir sobre la Tierra, en donde los seres humanos no han sabido vivir en armonía con la vida que les rodea.

Con ello la naturaleza no busca la destrucción de quienes la profanan, sólo busca la armonía entre el hombre y todas las criaturas.

Si cada vez se manifiesta mayor su justicia, es porque las faltas de los hombres y su falta de armonía con las leyes es mayor también.

Yo os dije que la hoja del árbol no se movía sin mi voluntad, y ahora os digo que ningún elemento obedece a otra voluntad que no sea la mía.

También os digo que la naturaleza puede ser para los hombres lo que ellos quieran. Una madre pródiga en bendiciones, en caricias y sustento, o un desierto árido en donde reinen el hambre y la sed. Un maestro de sabias e infinitas revelaciones sobre la vida, el bien, el amor y la eternidad, o un juez inexorable ante las profanaciones, desobediencias y errores de los hombres.

Mi voz de Padre dijo a los primeros hombres, bendiciéndolos: "Fructificad y multiplicad, y henchid la tierra, sojuzgadla, y señoread en los peces de la mar, en las aves del cielo y en todas las criaturas que se muevan sobre la tierra".

Sí, humanidad, Yo formé al hombre para que fuese señor y tuviese potestad en el espacio, en las aguas, en toda la tierra y en los elementos de la creación. Mas he dicho: "Señor", porque los hombres creyendo señorear con su ciencia la Tierra, son esclavos; creyendo dominar las fuerzas de la naturaleza, se convierten en víctimas de su impreparación, de su temeridad e ignorancia.

El poder y la ciencia humanas han invadido la Tierra, los mares y el espacio, pero su poder y su fuerza no armonizan con el poder y la fuerza de la naturaleza, la que como expresión del amor divino, es vida, es sabiduría, es armonía y es perfección. En las obras humanas, en su ciencia y en su poder se manifiestan solamente el orgullo, el egoísmo, la vanidad, la maldad.

Pronto la fuerza de los elementos despertará a la humanidad. Los hombres por medio del cáliz del dolor, saldrán del materialismo, para contemplar la luz de la verdad, que les mostrará el camino por donde debían haber alcanzado la sabiduría y el verdadero poder.

Nunca será tarde para el arrepentimiento, para la reparación de un error o la regeneración de un pecador. Las puertas de mi Reino estarán abiertas siempre, esperando al hijo que al fin, después de mucho caminar a su libre albedrío, abrirá sus ojos a la luz y comprenderá que no existe libertad más perfecta y maravillosa, que la del espíritu que sabe cumplir con la voluntad de su Padre.

Libertad infinita dentro del amor, del bien, de la justicia y lo perfecto.

Para cumplir con mi ley, debéis orar, siempre elevando vuestro espíritu hacia vuestro Padre.

He visto que para orar buscáis de preferencia la soledad y el silencio, y hacéis bien en ello cuando tratéis de buscar la inspiración por medio de la oración, o cuando queráis darme gracias, mas también os digo que debéis practicar la oración en cualquiera que sea la condición en que os encontréis, con el fin de que sepáis invocar mi ayuda en los trances más difíciles de vuestra vida, sin perder la serenidad, el dominio sobre vosotros mismos, la fe en mi presencia y la confianza en vosotros.

La oración puede ser larga o breve, según sea necesario. Podréis, si así lo deseáis, pasar horas enteras dentro de aquel deleite espiritual, si vuestra materia no se fatiga o si algún otro deber no reclama vuestra atención. Y puede ser tan breve que se concrete a un segundo, si os encontráis sujetos a alguna prueba que de pronto os haya sorprendido.

No son las palabras con que vuestra mente trate de formar la oración lo que llega a Mí, sino el amor, la fe, o la necesidad con la que os presentéis ante Mí, por eso os digo que habrá casos en que vuestra oración sea de un segundo, porque no habrá tiempo a formular pensamientos, frases e ideas, como acostumbráis.

Doquiera podréis invocarme, porque para Mí, es indiferente el sitio, ya que lo que busco es a vuestro espíritu.

Si a vosotros os agrada orar en el campo, o sentís mayor recogimiento en estos recintos, o preferís vuestra alcoba, hacedlo donde os sintáis más cerca de vuestro Padre, pero no olvidéis que para Mí, que estoy en todas partes, el lugar para comunicarme con vuestro espíritu es indiferente.

No siempre oráis con la misma preparación, de ahí que tampoco experimentéis siempre la misma paz o la misma inspiración.

Hay ocasiones en que lográis inspiraros y elevar el pensamiento, y hay otras en que estáis completamente indiferentes. ¿Cómo queréis recibir siempre en la misma forma mis mensajes? Debéis educar vuestra mente y aun a vuestro cuerpo a colaborar con el espíritu en los momentos de la oración.

El espíritu siempre está dispuesto a comunicarse conmigo, pero requiere de la buena disposición de la materia para poder elevarse y liberarse en aquellos instantes, de todo cuanto en su vida terrestre le rodea.

Esforzaos por lograr la verdadera oración, porque quien sabe orar lleva en sí la llave de la paz, de la salud, de la esperanza, de la fuerza espiritual y de la vida eterna.

El escudo invisible de mi ley le protegerá, contra las acechanzas y peligros, llevará en sus labios una espada invisible para abatir a cuantos adversarios se opongan a su paso; un faro de luz alumbrará su ruta en
medio de las tormentas; un prodigio constante estará a su alcance siempre que necesite de él, ya sea para sí mismo o para beneficio de sus hermanos.

Orad, practicad ese sublime don del espíritu, porque esa fuerza será la que mueva la vida de los hombres del futuro, aquellos que alcanzarán en materia la comunicación de espíritu a Espíritu.

Los padres de familia se inspirarán a través de la oración para conducir a sus hijos.

La salud la recibirán los enfermos por medio de la oración. Los gobernantes resolverán sus grandes problemas, buscando la luz con la oración, y el hombre de ciencia recibirá las revelaciones también por medio del don de la oración.

Buscad ese mundo de luz espiritual, ejercitaos en la oración del espíritu, perfeccionad esa forma hasta donde podáis y transmitid a vuestros hijos ese conocimiento, confiando en que ellos darán un paso más allá de donde hayáis llegado vosotros. Para ayudaros en vuestra oración, con sencillez vengo a explicaros mi doctrina, aclarando las revelaciones que os entregué en los tiempos pasados. ¿Sabéis por qué podéis comprender mejor mi palabra? Porque vuestro espíritu ha evolucionado.

Pronto hablaréis de mi doctrina a la humanidad, dando pruebas de que habéis comprendido la lección, que predicáis, apoyando vuestras palabras con vuestras buenas obras. En verdad os digo, que ante vuestro ejemplo aun los más reacios se convencerán de la verdad de esta doctrina.

Uno solo de mis discípulos que haya desarrollado sus dones espirituales y que haya fortalecido su corazón en la práctica de la caridad, resistirá todas las pruebas a que la humanidad quisiera someterle, porque si ha logrado expresar con esencia y verdad mi palabra y ha convertido su corazón en venero inagotable de amor y caridad hacia sus hermanos, quiere decir que ha orado y por su virtud se encuentra en el sendero de la espiritualidad. Ese discípulo está preparado para dar testimonio de Mí.

Ahora que aún faltan algunos años para que termine mi manifestación bajo esta forma, guardad en vuestro corazón mi palabra y aprended de Mí. Si así lo hacéis en el camino de vuestra lucha, sabréis cuándo debéis hablar a vuestros hermanos y cuándo tendréis que doctrinar con vuestro silencio.

Llevaréis la confianza absoluta en mi ayuda divina y la fe inquebrantable en que lo que vais a hacer o a entregar; tendrá un buen resultado, porque estaréis cumpliendo con mi ley.

De esa confianza y de esa fe, dependerá la eficacia de vuestras palabras y obras.

No siempre podréis hablar, pero si en todas las ocasiones pondréis a prueba el desarrollo de los dones de vuestro espíritu.

Preparaos y bastará vuestra presencia en un momento de prueba, para que la luz brille en los entendimientos, la tempestad se torne en paz y vuestra oración espiritual hará el prodigio de que un manto de caridad y de ternura se manifieste sobre aquellos por quienes oréis.

Vuestra buena influencia será sobre lo espiritual y sobre lo material. No os concretaréis a luchar solamente contra elementos visibles, sino también contra lo invisible.

Si la luz de mi Espíritu ha iluminado al hombre de ciencia para que descubra el origen de los males del cuerpo, a lo que llamáis enfermedad, también os ilumina a vosotros para que descubráis con vuestra sensibilidad espiritual el origen de todos los males que aquejan la vida humana, así sean los que turban al espíritu, como a los que ofuscan la mente o atormentan al corazón.

Hay fuerzas invisibles a la mirada humana e imperceptibles a la ciencia del hombre, que influyen constantemente en vuestra vida.

Las hay buenas y las hay malas, las unas os dan la salud y las otras os provocan enfermedades; Las hay luminosas y también oscuras.

¿De dónde surgen esas fuerzas? Del espíritu, discípulos, de la mente y de los sentimientos.

Todo espíritu encarnado o desencarnado, al pensar, emana vibraciones; todo sentimiento ejerce una influencia. Podéis estar seguros de que el mundo está poblado de esas vibraciones.

Ahora podréis comprender fácilmente que donde se piensa y se vive en el bien, tienen que existir fuerzas e influencias saludables y que donde se vive fuera de las leyes y normas que señala el bien, la justicia y el amor, tienen que existir fuerzas maléficas.

Unas y otras invaden el espacio y luchan entre sí, influyen en la sensibilidad de los hombres, y si éstos saben distinguir, toman las buenas inspiraciones, y rechazan las malas influencias; pero si son débiles y no
están preparados en la práctica del bien, no podrán hacer frente a esas vibraciones y estarán en peligro de convertirse en esclavos del mal y de sucumbir bajo su dominio.

Esas vibraciones lo mismo brotan de espíritus encarnados que de seres desencarnados, porque lo mismo en la Tierra que en el más allá existen espíritus buenos y espíritus turbados.

En este tiempo es mayor la influencia del mal que la del bien; por lo tanto, la fuerza que domina en la humanidad es la del mal, del que se derivan el egoísmo, la mentira, la lujuria, el orgullo, el placer de hacer daño, la destrucción y todas las bajas pasiones. De ese desequilibrio moral provienen las enfermedades que atormentan al hombre.

No tienen los hombres armas para combatir contra esas fuerzas. Han sido vencidos y llevados prisioneros al abismo de una vida sin luz espiritual, sin alegría sana, sin aspiraciones por el bien.

Ahora que el hombre cree encontrarse en la cumbre del saber, es cuando ignora que está en el abismo.

Yo que conozco vuestro principio y vuestro futuro en la eternidad, di a los hombres desde los primeros tiempos armas con las que pudieran luchar contra las fuerzas del mal; Pero las despreciaron, prefirieron la lucha del mal contra el mal en la que nadie triunfa, porque todos resultarán vencidos.

Escrito está que el mal no prevalecerá, lo que quiere decir que al final de los tiempos será el bien el que triunfe.

Si me preguntáis cuáles fueron las armas con las que doté a la humanidad para luchar contra las fuerzas o influencias del mal, os diré que fueron la oración, la perseverancia en la ley, la fe en mi palabra, el amor de los unos para los otros.

Ahora he tenido que manifestarme a esta humanidad espiritualmente, para explicarle palabra por palabra el origen del bien y del mal y la forma de luchar para triunfar en la gran batalla del Tercer Tiempo.

Vengo a poneros alerta haciendo sensible a vuestro espíritu, para que aprendáis a recibir todo lo bueno que a vosotros llegue y a rechazar y combatir lo malo.

Nadie se mofe de cuanto digo, porque con su burla dará a conocer su enorme ignorancia.

Sabéis que fueron burlados todos los enviados que habéis tenido, precursores de una revelación espiritual o científica, y sin embargo, tiempo después, la humanidad tuvo que aceptar sus revelaciones, convencida de la verdad que predicaron.

¿Sabía el hombre de la antigüedad en qué forma se verificaba el contagio de alguna enfermedad, o cuál era la causa de la propagación de una epidemia? No, la ignoraban, de aquella ignorancia surgieron las supersticiones y los cultos misteriosos. Pero llegó un día en que la inteligencia del hombre iluminada por la luz del Creador, descubrió la causa de sus males físicos y comenzó a luchar por encontrar la forma de recuperar la salud. Entonces, lo que había sido oculto e invisible al hombre de ciencia, llegó a serle comprensible, con lo que la humanidad adquirió un conocimiento que los hombres de los tiempos pasados no tuvieron.

En la misma forma llegarán a conocer el origen y la influencia de las fuerzas del bien y del mal sobre la humanidad; y cuando ese conocimiento sea del dominio público, no habrá quien al escuchar esta enseñanza, dude de la verdad de mi doctrina.

Vengo a iluminaros con la luz de esta enseñanza, para que encontréis en vuestro espíritu los dones que la humanidad había despreciado desde los primeros tiempos, para que vuestro espíritu despertando de su letargo, iluminado por la luz de la conciencia, sepa rechazar las fuerzas del mal y alcance el pleno desarrollo de su evolución espiritual. Así como en el aire contaminado llega a vosotros el germen de una enfermedad, invisiblemente y en silencio llegan las malas influencias espirituales perturbando vuestra mente y haciendo flaquear a vuestro espíritu.

Sólo la oración podrá daros intuición y sensibilidad, fuerza e inspiración para sosteneros en la diaria y constante lucha contra el mal.

Os he hablado acerca de las fuerzas e influencias del mal ¿y acaso os he hecho mención de algún espíritu? ¿Lo he nombrado por ventura? No, me decís. Mas debo aclararos en este tiempo, que no existe ningún espíritu que represente o que sea el origen del mal.

Las antiguas creencias, figuras, formas y nombres simbólicos con que los hombres de los tiempos pasados representaron al mal, dándole forma humana y concediéndole existencia espiritual, creencias que han llegado hasta las presentes generaciones deben desaparecer, porque sin daros cuenta habéis creado con ellas mitos y cultos supersticiosos, indignos de la evolución espiritual que el hombre ha alcanzado en este tiempo.

Sabed que, el mal surgió del hombre, de sus flaquezas, y que a medida que fue creciendo en número la humanidad, así como sus imperfecciones y pecados, la fuerza o influencia del mal fue aumentando. Esa fuerza, formada por pensamientos, ideas, sentimientos y pasiones, comenzó a hacer sentir su influencia en los hombres y éstos llegaron a creer que se trataba de un espíritu que seguramente era la representación del mal, sin darse cuenta de que esa fuerza está formada por sus imperfecciones.

Velad y orad para que no caigáis en tentación.


¡Mi paz y Mi  amor sea con vosotros!

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