Discípulos: Se acerca el tiempo en que llegarán ante
vosotros vuestros hermanos deseosos de interrogaros, pidiéndoos el testimonio
de la revelación que os estoy entregando en el Tercer Tiempo para iluminar su
entendimiento. Cuando esto sea, no me neguéis ocultándoos, si en esta etapa de
mi manifestación os estoy doctrinando con tanto amor, es precisamente para enseñaros
a trasmitir mis enseñanzas, cada vez que seáis interrogados.
He permitido que empecéis a practicar mi Doctrina, con el
fin de que desarrolléis vuestros dones y facultades espirituales, para que
llegado el tiempo de la predicación de mi palabra entre la humanidad no estén
balbucientes vuestros labios y torpe vuestro entendimiento, para manifestar mi
verdad.
Vuestra misión, es la de imitar a vuestro Divino Maestro en
su paso por la Tierra, recordad que cuando Yo me presentaba en los hogares,
siempre dejaba en todos un mensaje de paz, sanaba a los enfermos, consolaba a
los tristes con el divino poder que posee el amor.
Jamás dejé de penetrar a un hogar porque en él no fuera a
ser creído; Yo sabía que al salir de ese lugar el corazón de sus moradores
quedaría rebosante de gozo, porque sin saberlo, su espíritu se había asomado a
través de mi enseñanza, al Reino de los Cielos.
Unas veces Yo fui a los corazones, en otras, ellos me
buscaron; pero en todos los casos mi amor fue el pan de vida eterna, que les
entregué en la esencia de mi palabra.
En algunas ocasiones en las que me retiré a la soledad de
algún valle, solamente por instantes permanecía solo, porque las multitudes,
ávidas de escucharme se acercaban a su Maestro en busca de la infinita dulzura
de su mirada. Yo les recibía, derramando en aquellos hombres, mujeres y niños,
la ternura de mi caridad infinita sabiendo que en cada criatura había un
espíritu al que Yo había venido a buscar al mundo.
Entonces les hablaba del Reino de los Cielos, que es la verdadera
patria del espíritu, para que calmasen con mi palabra sus inquietudes y se
fortalecieran con la esperanza de alcanzar la vida eterna. Hubo ocasiones en
las que oculto entre la multitud, había alguno que llevaba la intención de
gritar negando mi verdad, asegurando de que Yo era un falso profeta; pero mi
palabra le sorprendía antes de que hubiera tenido tiempo de abrir sus labios.
Otras veces permití que algún blasfemo me injuriase, para probar ante la
multitud que el Maestro no se alteraba ante las ofensas, dándoles así un
ejemplo de humildad y de amor.
Hubo algunos que avergonzados ante mi mansedumbre, se
ausentaron al momento, arrepentidos de haber ofendido con sus dudas a quien con
sus obras estaba predicando la verdad y en cuanto se les presentaba la
oportunidad, venían a Mí, me seguían por los caminos, llorosos, enternecidos
ante mi palabra, sin atreverse siquiera a hablar para pedirme perdón por las
ofensas que antes me habían inferido. Yo les llamaba, les acariciaba con mi
palabra y les concedía alguna gracia.
Esos mismos caminos son los que ahora recorréis, oh pueblo
amado, son senderos que han sido preparados con mis ejemplos de amor y que
ahora os esperan a vosotros, discípulos del Espíritu Santo, para que llevéis
con mi palabra y vuestro ejemplo la redención a la humanidad.
No olvidéis que la cizaña y la mala hierba solamente serán
destruidas con las obras de amor y caridad que os enseñé a través de Jesús.
Encontraréis los caminos llenos de pedruscos, los campos
cubiertos de ortiga, pero vuestro espíritu guiado por Elías y fortalecido en la
fe, con el deseo de llevar el bálsamo del amor a los que sufren, bañará con la
luz de la verdad el camino de los que viven en tinieblas, no sentirá los
espinos del camino ni el dolor, que la duda y la incomprensión pudieran
causarle.
Caminad por esta senda y mientras mayor sea el número de
corazones en quienes derraméis la caridad, mayor será vuestra intuición y más
profunda y constante vuestra fe en las obras que manifestaré por vuestro
conducto.
Si antes de iniciar vuestra misión os parecía imposible o
difícil de cumplir, después os parecerá cada vez más fácil, con lo que
comprobaréis vuestro adelanto espiritual.
Este es el tiempo en el que haré encarnar en la Tierra a
todos los espíritus con los que formaré a mi pueblo muy amado, para que con sus obras de amor y caridad, den a la humanidad el testimonio de la
verdadera sabiduría sobre la vida espiritual.
Vosotros que fuisteis señalados para cumplir esta misión y
que tenéis el conocimiento y la certeza de pertenecer a mi pueblo, gozad con
esta revelación, mas no os acobardéis ante la lucha que se avecina, porque en
verdad os digo, que los soldados que deben luchar por la verdad, no deben
sentir temor ante los adversarios que la humanidad les presente.
A todos los que sintáis en vuestro espíritu el anhelo de
espiritualidad, de libertad, de elevaros hacia Mí, por el camino del amor, de
la caridad y de la justicia, os declaro pertenecientes a mi pueblo y seréis
soldados de la verdad; mas para lograrlo necesitáis velar y orar luchando
contra vuestras flaquezas, para que el testimonio que deis de mi Doctrina, sea
verdadero.
También os digo que todo aquel que desee pertenecer a mi
pueblo, será recibido y amado por ellos, cuando dé testimonio con sus
pensamientos y obras de que el ideal del amor es la luz que ilumina el sendero
de su vida.
Para que comprendáis mejor mi lección, escuchad mi parábola.
"Dos caminantes iban pasando lento por un extenso
desierto, sus pies estaban doloridos por las ardientes arenas. Se dirigían
hacia una lejana ciudad, sólo la esperanza de llegar a su destino les alentaba
en su dura jornada, el pan y el agua se les iba agotando. El más joven de los
dos comenzó a desfallecer y rogó a su compañero que continuase solo el viaje,
porque las fuerzas le estaban abandonando.
El caminante anciano trató de reanimar al joven, diciéndole
que tal vez encontrarían pronto un oasis donde reparar las fuerzas perdidas,
pero aquel no se reanimaba. Pensó no abandonarlo en aquella soledad y a pesar
de encontrarse también fatigado, echó sobre su espalda al compañero rendido y
continuó trabajosamente la caminata.
Cuando ya hubo descansado el joven, considerando la fatiga
que le ocasionaba al que sobre sus hombros le llevaba, se soltó de su cuello,
le tomó de la mano y así continuaron el camino.
Inmensa fe alentaba el corazón del caminante anciano, la que
le daba fuerzas para vencer su cansancio. Como lo había presentido, apareció en
el horizonte el oasis bajo cuya sombra les esperaba la frescura de un
manantial. Al fin llegaron a él y bebieron de aquella agua fortificante hasta saciarse. Durmieron con sueño reparador y al despertar sintieron
que había desaparecido el cansancio, tampoco experimentaban hambre ni sed,
sentían paz en su corazón y fuerzas para llegar a la ciudad que buscaban. No
hubieran querido dejar aquel sitio, mas era menester continuar el viaje.
Llenaron sus ánforas de aquella agua cristalina y pura y reanudaron su camino.
El caminante anciano que había sido el sostén del joven,
dijo: Tomemos con medida el agua que llevamos, es posible que encontremos en el
camino algunos peregrinos vencidos por la fatiga muriendo de sed o enfermos y
será menester ofrecerles la que llevamos. Protestó el joven diciendo que no
sería sensato dar lo que tal vez ni para ellos bastaría; que en tal caso, ya
que tanto esfuerzo les había costado conseguir aquel precioso elemento, lo
podrían vender al precio que quisieran.
No quedando satisfecho con esta respuesta el anciano, le
replicó diciendo que si querían tener paz en su espíritu, debían compartir el
agua con los necesitados.
Contrariado el joven dijo que prefería consumir él solo el
agua de su ánfora antes que compartirla con alguien que se encontrara en su camino.
Nuevamente el presentimiento del anciano volvió a cumplirse,
pues vieron adelante de ellos una caravana formada por hombres, mujeres y
niños, que perdida en el desierto estaba próxima a sucumbir. El buen anciano se
acercó presuroso ante aquellas gentes a quienes les dio de beber. Los
caminantes al momento se sintieron fortalecidos, los enfermos abrieron sus ojos
para dar gracias a aquel viajero y los niños dejaron de llorar de sed. La
caravana se levantó y continuó su jornada.
Había paz en el corazón del caminante generoso, mientras el
otro, mirando su ánfora vacía, alarmado le dijo a su compañero que retornaran
en busca del manantial para recuperar el agua que habían consumido.
No debemos regresar, dijo el buen caminante, si tenemos fe,
adelante encontraremos nuevos oasis. Mas el joven dudó, tuvo miedo y prefirió
despedirse ahí mismo de su compañero, para regresar en busca del manantial con
la obsesión de la muerte en su corazón. Al fin llegó jadeante y fatigado, pero
satisfecho bebió hasta saciarse, olvidándose del compañero que dejó ir solo,
así como de la ciudad a la que había renunciado, decidiendo quedarse a vivir en
el desierto.
No tardó mucho en pasar cerca de ahí una caravana compuesta
por hombres y mujeres rendidos y sedientos; se acercaron con ansiedad para
beber de las aguas de aquel manantial, mas de pronto vieron aparecer a un
hombre que les prohibía beber y descansar si no le retribuían aquellos
beneficios. Era el caminante joven que se había adueñado del oasis,
convirtiéndose en señor del desierto.
Aquellos hombres le escucharon con tristeza, porque eran
pobres y no podían comprar aquel precioso tesoro que calmaría su sed. Al fin,
despojándose de lo poco que llevaban, compraron un poco de agua para mitigar la
sed desesperante y continuaron su camino.
Pronto aquel hombre se convirtió de señor en rey, porque no
siempre eran pobres los que por ahí pasaban, también había poderosos que podían
dar su fortuna por un vaso de agua.
No volvió este varón a acordarse de la ciudad que estaba más
allá del desierto y menos del fraternal compañero que le había llevado sobre
sus hombros, librándolo de perecer en aquella soledad.
Un día vio venir una caravana que seguramente se dirigía a
la gran ciudad, mas con sorpresa observó que aquellos hombres, mujeres y niños,
venían caminando llenos de fortaleza y júbilo, entonando un himno. No
comprendió este varón lo que miraba y su sorpresa fue mayor cuando vio que al
frente de la caravana marchaba aquél que había sido su compañero de viaje.
La caravana se detuvo frente al oasis, mientras los dos
hombres frente a frente se contemplaban asombrados; al fin el que habitaba en
el oasis preguntó al que había sido su compañero: Decidme ¿Cómo es posible que
haya quienes pasen por este desierto sin sentir sed ni experimentar cansancio?
Es que en su interior pensaba lo que sería de él el día en que nadie se acercar
a pedirle agua o albergue.
El buen caminante le dijo a su compañero: Yo llegué hasta la gran ciudad, mas no sólo en el camino encontré enfermos, sino sedientos, extraviados, cansados y a todos los reanimé con la fe que a mí me anima, y así de oasis en oasis llegamos un día a las puertas de la gran ciudad, ahí fui llamado por el Señor de aquel Reino, el que viendo que conocía el desierto y que tenía piedad de los viajeros, me dio la misión de volver para ser guía y consejero en la dolorosa travesía de los caminantes, y aquí me tenéis conduciendo una más de las caravanas que he de llevar a la gran ciudad. Y vos ¿Qué hacéis aquí? Preguntó al que se había quedado en el oasis. Este avergonzado, enmudeció. Entonces el buen viajero le dijo: sé que habéis hecho vuestro este oasis, que vendéis sus aguas y que cobráis por la sombra, estos bienes no son vuestros, fueron puestos en el desierto por un poder divino para que los tomara el que de ellos necesitara. ¿Veis estas multitudes? Ellas no necesitan del oasis porque no sienten sed, ni se fatigan, me basta trasmitirles el mensaje que por mi conducto les envía el Señor de la gran ciudad, para que se levanten, encontrando en cada paso fuerzas por el ideal que tienen de alcanzar aquel Reino.
Dejad el manantial a los sedientos, para que en él
encuentren descanso y apaguen su sed los que sufren los rigores del desierto,
vuestro orgullo y egoísmo os han cegado, mas ¿De qué os ha servido el ser dueño
de este pequeño oasis, si vivís en esta soledad y os habéis privado de conocer
la gran ciudad que juntos buscábamos? ¿Ya olvidasteis aquel ideal que fue de
los dos?
Aquél varón escuchando en silencio al que fuera fiel y
abnegado compañero, prorrumpió en llanto porque sintió arrepentimiento de sus
errores, y arrancándose las falsas galas, se fue en busca del punto de partida
que era donde el desierto empezaba, para seguir el camino que lo llevara a la
gran ciudad; mas ahora marchaba iluminado su sendero por una nueva luz, la de
la fe y el amor a sus semejantes".
Yo soy el Señor de la gran ciudad y Elías el anciano de mi
parábola, es la "voz del que clama en el desierto", es el que
nuevamente se manifiesta entre vosotros, en cumplimiento a la revelación que os
di, en la transfiguración del Monte Tabor.
El es quien os guía en el Tercer Tiempo hacia la gran
ciudad, en donde os espero para entregaros el galardón eterno de mi amor.
Seguid a Elías ¡Oh pueblo amado! y todo cambiará en vuestra
vida; en vuestro culto e ideales, todo será transformado.
¿Creías que vuestro culto imperfecto sería eterno? No,
discípulos; mañana, cuando vuestro espíritu contemple en el horizonte la gran
ciudad, dirá como su Señor: "Mi Reino no es de este mundo".
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