sábado, 7 de agosto de 2010

Cátedra Divina 28

Discípulos: Se acerca el tiempo en que llegarán ante vosotros vuestros hermanos deseosos de interrogaros, pidiéndoos el testimonio de la revelación que os estoy entregando en el Tercer Tiempo para iluminar su entendimiento. Cuando esto sea, no me neguéis ocultándoos, si en esta etapa de mi manifestación os estoy doctrinando con tanto amor, es precisamente para enseñaros a trasmitir mis enseñanzas, cada vez que seáis interrogados.

He permitido que empecéis a practicar mi Doctrina, con el fin de que desarrolléis vuestros dones y facultades espirituales, para que llegado el tiempo de la predicación de mi palabra entre la humanidad no estén balbucientes vuestros labios y torpe vuestro entendimiento, para manifestar mi verdad.

Vuestra misión, es la de imitar a vuestro Divino Maestro en su paso por la Tierra, recordad que cuando Yo me presentaba en los hogares, siempre dejaba en todos un mensaje de paz, sanaba a los enfermos, consolaba a los tristes con el divino poder que posee el amor.

Jamás dejé de penetrar a un hogar porque en él no fuera a ser creído; Yo sabía que al salir de ese lugar el corazón de sus moradores quedaría rebosante de gozo, porque sin saberlo, su espíritu se había asomado a través de mi enseñanza, al Reino de los Cielos.

Unas veces Yo fui a los corazones, en otras, ellos me buscaron; pero en todos los casos mi amor fue el pan de vida eterna, que les entregué en la esencia de mi palabra.

En algunas ocasiones en las que me retiré a la soledad de algún valle, solamente por instantes permanecía solo, porque las multitudes, ávidas de escucharme se acercaban a su Maestro en busca de la infinita dulzura de su mirada. Yo les recibía, derramando en aquellos hombres, mujeres y niños, la ternura de mi caridad infinita sabiendo que en cada criatura había un espíritu al que Yo había venido a buscar al mundo.
Entonces les hablaba del Reino de los Cielos, que es la verdadera patria del espíritu, para que calmasen con mi palabra sus inquietudes y se fortalecieran con la esperanza de alcanzar la vida eterna. Hubo ocasiones en las que oculto entre la multitud, había alguno que llevaba la intención de gritar negando mi verdad, asegurando de que Yo era un falso profeta; pero mi palabra le sorprendía antes de que hubiera tenido tiempo de abrir sus labios. Otras veces permití que algún blasfemo me injuriase, para probar ante la multitud que el Maestro no se alteraba ante las ofensas, dándoles así un ejemplo de humildad y de amor.

Hubo algunos que avergonzados ante mi mansedumbre, se ausentaron al momento, arrepentidos de haber ofendido con sus dudas a quien con sus obras estaba predicando la verdad y en cuanto se les presentaba la oportunidad, venían a Mí, me seguían por los caminos, llorosos, enternecidos ante mi palabra, sin atreverse siquiera a hablar para pedirme perdón por las ofensas que antes me habían inferido. Yo les llamaba, les acariciaba con mi palabra y les concedía alguna gracia.

Esos mismos caminos son los que ahora recorréis, oh pueblo amado, son senderos que han sido preparados con mis ejemplos de amor y que ahora os esperan a vosotros, discípulos del Espíritu Santo, para que llevéis con mi palabra y vuestro ejemplo la redención a la humanidad.

No olvidéis que la cizaña y la mala hierba solamente serán destruidas con las obras de amor y caridad que os enseñé a través de Jesús.

Encontraréis los caminos llenos de pedruscos, los campos cubiertos de ortiga, pero vuestro espíritu guiado por Elías y fortalecido en la fe, con el deseo de llevar el bálsamo del amor a los que sufren, bañará con la luz de la verdad el camino de los que viven en tinieblas, no sentirá los espinos del camino ni el dolor, que la duda y la incomprensión pudieran causarle.

Caminad por esta senda y mientras mayor sea el número de corazones en quienes derraméis la caridad, mayor será vuestra intuición y más profunda y constante vuestra fe en las obras que manifestaré por vuestro conducto.

Si antes de iniciar vuestra misión os parecía imposible o difícil de cumplir, después os parecerá cada vez más fácil, con lo que comprobaréis vuestro adelanto espiritual.

Este es el tiempo en el que haré encarnar en la Tierra a todos los espíritus con los que formaré a mi pueblo muy amado, para que con sus obras de amor y caridad, den a la humanidad el testimonio de la verdadera sabiduría sobre la vida espiritual.

Vosotros que fuisteis señalados para cumplir esta misión y que tenéis el conocimiento y la certeza de pertenecer a mi pueblo, gozad con esta revelación, mas no os acobardéis ante la lucha que se avecina, porque en verdad os digo, que los soldados que deben luchar por la verdad, no deben sentir temor ante los adversarios que la humanidad les presente.

A todos los que sintáis en vuestro espíritu el anhelo de espiritualidad, de libertad, de elevaros hacia Mí, por el camino del amor, de la caridad y de la justicia, os declaro pertenecientes a mi pueblo y seréis soldados de la verdad; mas para lograrlo necesitáis velar y orar luchando contra vuestras flaquezas, para que el testimonio que deis de mi Doctrina, sea verdadero.

También os digo que todo aquel que desee pertenecer a mi pueblo, será recibido y amado por ellos, cuando dé testimonio con sus pensamientos y obras de que el ideal del amor es la luz que ilumina el sendero de su vida.

Para que comprendáis mejor mi lección, escuchad mi parábola.

"Dos caminantes iban pasando lento por un extenso desierto, sus pies estaban doloridos por las ardientes arenas. Se dirigían hacia una lejana ciudad, sólo la esperanza de llegar a su destino les alentaba en su dura jornada, el pan y el agua se les iba agotando. El más joven de los dos comenzó a desfallecer y rogó a su compañero que continuase solo el viaje, porque las fuerzas le estaban abandonando.

El caminante anciano trató de reanimar al joven, diciéndole que tal vez encontrarían pronto un oasis donde reparar las fuerzas perdidas, pero aquel no se reanimaba. Pensó no abandonarlo en aquella soledad y a pesar de encontrarse también fatigado, echó sobre su espalda al compañero rendido y continuó trabajosamente la caminata.

Cuando ya hubo descansado el joven, considerando la fatiga que le ocasionaba al que sobre sus hombros le llevaba, se soltó de su cuello, le tomó de la mano y así continuaron el camino.

Inmensa fe alentaba el corazón del caminante anciano, la que le daba fuerzas para vencer su cansancio. Como lo había presentido, apareció en el horizonte el oasis bajo cuya sombra les esperaba la frescura de un manantial. Al fin llegaron a él y bebieron de aquella agua fortificante hasta saciarse. Durmieron con sueño reparador y al despertar sintieron que había desaparecido el cansancio, tampoco experimentaban hambre ni sed, sentían paz en su corazón y fuerzas para llegar a la ciudad que buscaban. No hubieran querido dejar aquel sitio, mas era menester continuar el viaje. Llenaron sus ánforas de aquella agua cristalina y pura y reanudaron su camino.

El caminante anciano que había sido el sostén del joven, dijo: Tomemos con medida el agua que llevamos, es posible que encontremos en el camino algunos peregrinos vencidos por la fatiga muriendo de sed o enfermos y será menester ofrecerles la que llevamos. Protestó el joven diciendo que no sería sensato dar lo que tal vez ni para ellos bastaría; que en tal caso, ya que tanto esfuerzo les había costado conseguir aquel precioso elemento, lo podrían vender al precio que quisieran.

No quedando satisfecho con esta respuesta el anciano, le replicó diciendo que si querían tener paz en su espíritu, debían compartir el agua con los necesitados.

Contrariado el joven dijo que prefería consumir él solo el agua de su ánfora antes que compartirla con alguien que se encontrara en su camino.

Nuevamente el presentimiento del anciano volvió a cumplirse, pues vieron adelante de ellos una caravana formada por hombres, mujeres y niños, que perdida en el desierto estaba próxima a sucumbir. El buen anciano se acercó presuroso ante aquellas gentes a quienes les dio de beber. Los caminantes al momento se sintieron fortalecidos, los enfermos abrieron sus ojos para dar gracias a aquel viajero y los niños dejaron de llorar de sed. La caravana se levantó y continuó su jornada.

Había paz en el corazón del caminante generoso, mientras el otro, mirando su ánfora vacía, alarmado le dijo a su compañero que retornaran en busca del manantial para recuperar el agua que habían consumido.

No debemos regresar, dijo el buen caminante, si tenemos fe, adelante encontraremos nuevos oasis. Mas el joven dudó, tuvo miedo y prefirió despedirse ahí mismo de su compañero, para regresar en busca del manantial con la obsesión de la muerte en su corazón. Al fin llegó jadeante y fatigado, pero satisfecho bebió hasta saciarse, olvidándose del compañero que dejó ir solo, así como de la ciudad a la que había renunciado, decidiendo quedarse a vivir en el desierto.

No tardó mucho en pasar cerca de ahí una caravana compuesta por hombres y mujeres rendidos y sedientos; se acercaron con ansiedad para beber de las aguas de aquel manantial, mas de pronto vieron aparecer a un hombre que les prohibía beber y descansar si no le retribuían aquellos beneficios. Era el caminante joven que se había adueñado del oasis, convirtiéndose en señor del desierto.

Aquellos hombres le escucharon con tristeza, porque eran pobres y no podían comprar aquel precioso tesoro que calmaría su sed. Al fin, despojándose de lo poco que llevaban, compraron un poco de agua para mitigar la sed desesperante y continuaron su camino.

Pronto aquel hombre se convirtió de señor en rey, porque no siempre eran pobres los que por ahí pasaban, también había poderosos que podían dar su fortuna por un vaso de agua.

No volvió este varón a acordarse de la ciudad que estaba más allá del desierto y menos del fraternal compañero que le había llevado sobre sus hombros, librándolo de perecer en aquella soledad.

Un día vio venir una caravana que seguramente se dirigía a la gran ciudad, mas con sorpresa observó que aquellos hombres, mujeres y niños, venían caminando llenos de fortaleza y júbilo, entonando un himno. No comprendió este varón lo que miraba y su sorpresa fue mayor cuando vio que al frente de la caravana marchaba aquél que había sido su compañero de viaje.

La caravana se detuvo frente al oasis, mientras los dos hombres frente a frente se contemplaban asombrados; al fin el que habitaba en el oasis preguntó al que había sido su compañero: Decidme ¿Cómo es posible que haya quienes pasen por este desierto sin sentir sed ni experimentar cansancio? Es que en su interior pensaba lo que sería de él el día en que nadie se acercar a pedirle agua o albergue.

El buen caminante le dijo a su compañero: Yo llegué hasta la gran ciudad, mas no sólo en el camino encontré enfermos, sino sedientos, extraviados, cansados y a todos los reanimé con la fe que a mí me anima, y así de oasis en oasis llegamos un día a las puertas de la gran ciudad, ahí fui llamado por el Señor de aquel Reino, el que viendo que conocía el desierto y que tenía piedad de los viajeros, me dio la misión de volver para ser guía y consejero en la dolorosa travesía de los caminantes, y aquí me tenéis conduciendo una más de las caravanas que he de llevar a la gran ciudad. Y vos ¿Qué hacéis aquí? Preguntó al que se había quedado en el oasis. Este avergonzado, enmudeció. Entonces el buen viajero le dijo: sé que habéis hecho vuestro este oasis, que vendéis sus aguas y que cobráis por la sombra, estos bienes no son vuestros, fueron puestos en el desierto por un poder divino para que los tomara el que de ellos necesitara. ¿Veis estas multitudes? Ellas no necesitan del oasis porque no sienten sed, ni se fatigan, me basta trasmitirles el mensaje que por mi conducto les envía el Señor de la gran ciudad, para que se levanten, encontrando en cada paso fuerzas por el ideal que tienen de alcanzar aquel Reino.

Dejad el manantial a los sedientos, para que en él encuentren descanso y apaguen su sed los que sufren los rigores del desierto, vuestro orgullo y egoísmo os han cegado, mas ¿De qué os ha servido el ser dueño de este pequeño oasis, si vivís en esta soledad y os habéis privado de conocer la gran ciudad que juntos buscábamos? ¿Ya olvidasteis aquel ideal que fue de los dos?

Aquél varón escuchando en silencio al que fuera fiel y abnegado compañero, prorrumpió en llanto porque sintió arrepentimiento de sus errores, y arrancándose las falsas galas, se fue en busca del punto de partida que era donde el desierto empezaba, para seguir el camino que lo llevara a la gran ciudad; mas ahora marchaba iluminado su sendero por una nueva luz, la de la fe y el amor a sus semejantes".

Yo soy el Señor de la gran ciudad y Elías el anciano de mi parábola, es la "voz del que clama en el desierto", es el que nuevamente se manifiesta entre vosotros, en cumplimiento a la revelación que os di, en la transfiguración del Monte Tabor.

El es quien os guía en el Tercer Tiempo hacia la gran ciudad, en donde os espero para entregaros el galardón eterno de mi amor.

Seguid a Elías ¡Oh pueblo amado! y todo cambiará en vuestra vida; en vuestro culto e ideales, todo será transformado.

¿Creías que vuestro culto imperfecto sería eterno? No, discípulos; mañana, cuando vuestro espíritu contemple en el horizonte la gran ciudad, dirá como su Señor: "Mi Reino no es de este mundo".

¡Mi paz sea con vosotros!

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